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Jardín
de Infantes Waldorf Hermosa
Canción del Sol (Suaty-Pcuaoa) Bogotá - Colombia |
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En el momento del nacimiento surge una característica
básica del ser como es la respiración. Por éste mismo hecho
poco a poco se va imprimiendo la cualidad anímica del
sentimiento a través del ritmo. Éste sentimiento va
gradualmente determinando ciertas inclinaciones y tendencias de
búsquedas y hallazgos. Cuando se toma como modelo al propio
hombre, del mismo surge la necesidad de profundizar en su
comportamiento, en sus ideales, en su origen, en todo lo que
implica el mundo de relación para consigo mismo y todo lo que
le rodea. Esta es la ANTROPOSOFÍA. Búsquedas y hallazgos sobre
la esencia del hombre individual, y social con contenidos y
certezas anímicos y espirituales de refrendación cotidiana. Esto le aporta al buscador una percepción sensoria
por la que se abre paso, a través del alma humana, hacia el
mundo espiritual. La ha definido su creador, RUDOLF STEINER (1861-1925), como
“un sendero de conocimiento que quisiera conducir lo
espiritual en el ser humano a lo espiritual en el universo”.
Es una ciencia de lo espiritual con su propia epistemología que
abarca el mundo de los fenómenos sensorios detrás de lo
visible tangible, reconociendo un panorama mucho más amplio de
vida, de realidad, ampliando sin límites nuestra relación con
nuestros hermanos, con la naturaleza, con el universo. La antroposofía aplica a prácticamente todas las
áreas de la vida. Algunas de éstas son un poco más conocidas
que otras, como la pedagogía Waldorf, la agricultura biodinámica
y la medicina antroposófica. En todas ha habido una revolución
conceptual por la incorporación de elementos prácticos anímicos
y artísticos de primer orden, además de la forma tan
particular como se entrelazan, relacionan e interactúan. Otras
menos conocidas pero no menos importantes son la euritmia, la
pedagogía curativa, la arquitectura antroposófica, la
triformación social, los bancos sociales o banca alternativa,
el masaje rítmico, la terapia biográfica, entre otras.
Al evaluar la salud, la
enfermedad y la curación, el médico antroposófico basa sus
conclusiones no sólo en las leyes físicas de la medicina científica
natural, sino que también tiene en cuenta aquellos aspectos que
la ciencia natural no puede abarcar por presuponer relaciones
naturales estrictamente racionales, es decir, de alguna manera
haber perdido la capacidad atávica de observación que tenía
la medicina en sus orígenes, en la medicina de los humores.
Conservando y rescatando ésta sensible forma de ver el mundo,
la naturaleza y el hombre, afinando procesos de observación,
tenemos cuatro estructuras esenciales que constituyen la entidad
humana: 1. Cuerpo Físico: mineral, substancial, existente en
diversas formas, en todos los reinos de la naturaleza. Es lo que
vemos y tocamos en cada uno de nosotros. Es la relación con el
Reino Mineral o elemento Tierra de nuestra naturaleza. 2.
Cuerpo Vital o Etérico:
fundamento de la vida, con características puramente
vegetativas, crecimiento, regeneración y reproducción. Existe
en todos os organismos vivos. Es la organización vital, que
ordena los fenómenos físicos como fenómenos vivientes. Si no
existiese éste cuerpo, los seres vivos no incorporarías sus
formas características. Mantiene en los seres vivos la imagen
del Reino Vegetal en la naturaleza. Vehículo de la circulación energética, que
compenetra el organismos físico, aportándole vida y forma,
esta relacionado con la cualidad del Agua, y se expresa en la
dinámica de los fluidos del cuerpo físico. 3.
Cuerpo Anímico o Astral:
Es el fundamento de la organización instintiva en el hombre y
los seres vivos; permite no sólo las características de sobre
vivencia individual que le otorga el cuerpo Etérico, sino de
supervivencia generando procesos de mantenimiento y relación de
especie. Es vehículo de la vida anímica, expresada en la triformación del
pensar, sentir y querer. Se ve relacionado con la cualidad del
Aire. 4.
Organización para el Yo:
Es la organización propia del hombre que lo distingue y
diferencia de los demás seres, aportándole autoconciencia y es
la encargada de reagrupar las actuaciones de los otros tres
cuerpos, surgiendo así el andar erecto y las capacidades de
hablar y pensar. Es
portador del núcleo espiritual individual de cada ser humano.
Se expresa en el calor, y se ve relacionado con la cualidad del
elemento Fuego. Estas cuatro organizaciones se
agrupan recíprocamente en tres formas diferentes en el
organismo humano, surgiendo así una estructura funcional y anatómica
de constitución triple: 1. Sistema Neurosensorial:
Abarca los procesos estáticos y rígidos en el cuerpo físico,
es decir el sistema óseo y articular, además del sistema
nervioso central y periférico. El está al servicio de la
conciencia. Está relacionado con la cualidad anímica del
pensar. 2. Sistema Rítmico:
Abarca los procesos dinámicos y fluidos en el cuerpo físico
asociados con el sistema cardiovascular, sanguíneo y linfático.
Aporta elementos de relación para con la naturaleza. Está
relacionado con la cualidad anímica del sentir. 3. Sistema Metabólico Motor:
Abarca los procesos metabólicos y locomotores asociados al
sistema digestivo y muscular. Está relacionado con la cualidad
anímica de la voluntad. La diferencia esencial entre estos tres sistemas
reside en que la actividad del sistema nervioso, concentrada en
la cabeza, tiene su centro en un punto, mientras que el sistema
metabólico posee una calidad más extendida y periférica. Las
células nerviosas son altamente especializadas y mueren
continuamente, mientras que las células situadas en el polo
metabólico tienden a conservar una capacidad activa y
regenerativa. El polo de los nervios y sentidos, también, puede
describirse como el polo frío que siempre está en reposo,
mientras que el metabolismo se acompaña con calor y movimiento.
Steiner destacó lo que él llamaba "el proceso
de muerte continua de las células nerviosas", refiriéndose
a que el estado de conciencia surge como resultado de la
continua liberación de vida orgánica a partir de la materia. Esta polaridad es la base antroposófica tanto de la
fisiología como de la patología, y proporciona una clasificación
fundamental de las enfermedades: por una parte, aquellas en las
que existe una actividad excesiva del polo metabólico
(condiciones inflamatorias); y por otra, aquellas en donde hay
una preponderancia del polo nervioso-sensorial (condiciones
degenerativas y tumores). La sangre se mueve continuamente entre estos dos
polos del organismo humano. Las corrientes frías y cálidas se
reúnen en el corazón, que actúa como órgano sensorial donde
se manifiestan los sutiles mecanismos dinámicos del pensamiento
y de la voluntad. Gracias a esta representación del cuerpo humano
podemos llegar a una nueva comprensión de la interrelación que
existe entre el espíritu, el alma y el cuerpo. Tanto el cuerpo
humano como las plantas tienen una naturaleza triple. Desde el punto de vista de la medicina y la nutrición,
la relación entre las plantas y el cuerpo humano es inversa.
Las fuerzas frescas de la cabeza corresponden a las raíces de
la planta, las fuerzas calientes del metabolismo corresponden a
la flor y las hojas al sistema rítmico del hombre.
El enfoque antroposófico de las
enfermedades y su curación Si sabemos que sólo alcanzamos el conocimiento
consciente mediante un proceso continuo de muerte dentro de
nuestro cuerpo físico, que nuestra vida sensorial tiende
siempre a producir enfermedades, y si al mismo tiempo
consideramos al ser humano como un ser dotado de espíritu además
de cuerpo y alma, que realiza un proceso continuo de
perfeccionamiento y evolución, resulta imposible aspirar a una
vida totalmente libre de enfermedades. Aunque el médico
antroposófico se esfuerza siempre por curar la enfermedad,
dicha curación nunca puede ser la mera eliminación de Al relacionarse con su paciente, el médico antroposófico
aprende a aceptar, vital y profesionalmente, tales creencias
como parte de las realidades de esta vida, ya que también
nuestras enfermedades están relacionadas con todas las
circunstancias de nuestra vida y las de otras personas, que nos
llegan del pasado y que, a través del presente, alcanzan el
futuro. Mediante nuestros pensamientos experimentamos aquello
que tuvo lugar en el pasado, y con nuestra voluntad creamos el
futuro. A través de nuestros sentimientos adquirimos conciencia
de nosotros mismos en relación con la realidad presente y
futura. Resulta muy provechoso considerar, desde esta
perspectiva, cualquier enfermedad. Medicamentos de la medicina de orientación
antroposófica Un nuevo concepto para la creación de medicamentos,
totalmente independiente de los tres métodos precedentes, es el
introducido por Rudolf Steiner. Se basa en la imagen amplia del
ser humano que resulta de la investigación científico -
espiritual de la Antroposofía Una de las nociones fundamentales de la ciencia
espiritual antroposófica nos revela que el hombre y la
naturaleza pasaron por una evolución común, claramente
visible, y que, por tal razón, existe un parentesco esencial y
reconocible entre el ser humano y los reinos de "Hemos de ir más allá del mero probar
y experimentar que se practican para conocer las propiedades
curativas de una substancia o de una preparación. Hay que
comprender al organismo humano, según las condiciones de
equilibrio de sus órganos, y hay que comprender la naturaleza,
según las fuerzas inmanentes del crecimiento y Si estudiamos la naturaleza de esta manera, se nos
revelarán relaciones entre determinados vegetales, minerales o
metales, por una parte, y órganos y procesos humanos, por la
otra; y, entonces, podremos preguntar, por ejemplo ¿cómo se
explica que de un óvulo surjan órganos tan distintos? Es que
la diferenciación se basa en impulsos diferentes, fuerzas
activas suprasensibles que, también, se reconocen en Estos conocimientos se han perdido y, sólo, volverán
a encontrarse de una manera nueva. Las relaciones encuentran su
explicación en la historia de la evolución, ya que los órganos
y las plantas o substancias correlacionadas se formaron en la
misma época. Si bien el hombre se ha emancipado de la
naturaleza, debido al proceso de individualización, mantiene,
sin embargo, su parentesco con ella en condiciones bien
visibles; como el microcosmos es una reproducción del
macrocosmos. En virtud del conocimiento de las fuerzas etéreas
de la naturaleza y la relación correspondiente entre los
procesos del cuerpo y los de la naturaleza, o bien, entre órganos
humanos y substancias externas, es posible obtener efectos e éstas
sobre aquéllos. De la misma manera es posible estimular los
procesos vitales o curativos dentro del mismo organismo. En un
órgano enfermo pueden activarse los procesos etéreos
formativos, mediante las fuerzas activas de la naturaleza, como
por ejemplo, las de una planta. Se sobreentiende que, al hablar
de tales relaciones entre la naturaleza y el ser humano, sólo
se hace referencia a substancias naturales; las sintéticas, si
bien pueden ejercer un efecto muy intenso, no guardan aquella íntima
relación, aquel parentesco con un organismo, con el ser humano.
Es por esta razón que sus efectos, principalmente en cuanto a
su amplitud (efectos secundarios) y profundidad (efectos tardíos),
no pueden preestablecerse, sino únicamente constatarse a
posteriori; por la misma razón, sólo es posible determinar sus
efectos por medio del experimento en animales. Sin embargo, los
resultados de tales experimentos no son, en principio,
aplicables al hombre, sino cuando más en relación con ciertos
síntomas. Los medicamentos que corresponden a la relación
entre la naturaleza y el hombre activan procesos fundamentales
del organismo humano o de determinados órganos; actúan, no
contra una inflamación, ciertas bacterias, etc., sino que
influyen sobre un órgano o bien sobre la totalidad del
organismo en cuanto a su función arquetípica. Un efecto
semejante no resulta comprensible si se mira exclusivamente el
órgano aislado, sino que surge de la consideración de todo el
organismo. Del mismo modo tampoco se comprenderá realmente el
efecto de un vegetal, a través de una substancia activa
elaborada, quizás en forma complicada, sino únicamente a través
de la aproximación a la esencia de ese vegetal, esencia que por
cierto encuentra su expresión hasta en la misma substancia. La planta en sí es una unidad, un organismo; cada célula
y cada parte de la substancia han sido formadas por este
organismo y lo representan. Una substancia aislada ya no puede
ser expresión de la totalidad, de lo esencial de una planta,
pero sí lo puede ser un extracto correctamente elaborado, una
"esencia" que aún contiene la naturaleza como tal,
como ya se explicara anteriormente. Empero, un medicamento tampoco se obtiene mediante
la simple adición de dos o más substancias diferentes, pues es
mucho más que la suma de substancias activas; es, en cambio, un
organismo, una obra de arte; el farmacéutico lo debe conservar
tal como la naturaleza lo ha creado, pero también puede
completarlo mediante medidas apropiadas. En su preparación, hay
que partir de la unidad orgánica, no de las
"componentes". Nuevos
caminos en la preparación de los medicamentos A los procedimientos farmacéuticos conocidos en la
actualidad, como por ejemplo la extracción, la decocción,
etc., se suman diversos métodos destinados a liberar las
substancias primarias (minerales, vegetales, órganos o
substancias animales tóxicas), hacer utilizables sus fuerzas y
acercarlas a los procesos del organismo humano. Los
procedimientos que sólo cuentan con los procesos materiales de
la "concentración" o "aislamiento” de las
substancias activas" pueden complementarse mediante métodos
que se orientan hacia la dinámica y las fuerzas activas de un
vegetal. Desde tiempos antiguos se utilizan distintos niveles
de calor para liberar las fuerzas curativas de los vegetales. Así,
por ejemplo, resultará favorable una extracción en frío
(maceración) cuando se trata de plantas frescas; las raíces
secas y las cortezas, en cambio, requieren De tal manera los distintos procesos térmicos
permiten emplear adecuadamente las preparaciones vegetales con
relación a las funciones orgánicas correspondientes. Uno de los procedimientos farmacéuticos, basados en
las indicaciones dadas por Rudolf Steiner, consiste en la
transformación de un mineral o un metal a través de los
cultivos de plantas. En ellos se emplean abonos de sales de los
respectivos metales y, más tarde, se procede a transformar en
abono la planta de tal cultivo. Así no sólo se logra activar
los metales, esto es acercarlos a los procesos vitales, sino que
ello también permite emplearlos como "metales
vegetabilizados" para los órganos que guardan relación
con la planta respectiva. Entre las especialidades de esta índole
figuran: Ferrum per Urticam, Stannum per Cichorium, etc. La
selección de las plantas a usar, también, se sujeta a su
relación específica con el metal respectivo. La ortiga posee un porcentaje relativamente grande
de hierro; pero esto no es .lo decisivo. Mucho más importante
es la función que tiene que cumplir la substancia dentro de El hierro cumple muchas funciones en el organismo
humano; una de ellas se refiere a la parte anabólica o
formativa: para activarla se puede emplear el preparado Ferrum
per Urticam. Sabido es que las distintas sales del hierro dan
resultados muy diversos; cuanto más activo y transformado se
halla el hierro, tanto más fácil lo asimila el organismo. No
se trata simplemente del hierro como substancia, sino ante todo
de la capacidad del organismo de valerse de él. En este
sentido, la ortiga es de gran ayuda. Si ha sido cultivada con el
agregado del hierro, precisamente se estimula en el organismo
humano la capacidad de asimilarlo. Lo que importa, pues, no es
el suministro material de hierro, sino el estímulo, la dinámica
en el empleo de la substancia. Pero también el proceso formativo de la vesícula
biliar depende en gran parte del hierro. Pues bien ¿cómo se
puede "ordenar" al hierro que no se oriente hacia la
función anabólica, sino hacia el proceso biliar? Esto se logra
mediante la planta medicinal, la cual a su vez se vincula con la
bilis, como por ejemplo el Chelidonium. Cultivándola
adecuadamente con empleo del hierro, la fuerza de éste se
orientará hacia el proceso formativo de la vesícula biliar. La
especialidad medicinal respectiva es: Ferrum per Chelidonium. El proceso formativo del hígado depende de un modo
peculiar de las fuerzas del estaño, si bien éstas pueden
actuar de diversas maneras. También en este caso es posible
dirigirlas mediante una planta medicinal: el Diente de León.
Esta planta tiene gran influencia sobre aquel proceso y el
efecto será más favorable si, en su cultivo, se emplea el estaño.
La especialidad medicinal correspondiente es Stannum per
Taraxacum. Sobre la etapa "posterior" de los procesos
hepáticos se puede influir mediante la Achicoria, cuyo ciclo
vegetativo, a diferencia del ciclo del Diente de León, culmina
hacia el otoño; sus flores son amarillas en lugar de azules.
Tales "signos" tienen su importancia, pero es cuestión
de desarrollar las facultades para saber interpretarlos. Juzgar
por analogía diciendo, por ejemplo, que las hojas en forma de
corazón son lo indicado para el corazón y las reniformes para
los riñones, etc., sólo evidenciaría una falta absoluta de
discernimiento. Antes bien, se trata de guiarse por esos fenómenos
a fin de formarse una imagen de la naturaleza de la planta en
cuestión y de encontrar su relación con el organismo humano.
De esta manera, empleando la especialidad medicinal respectiva:
Stannum per Cichorium, es posible estimular, no tanto las
fuerzas anabólicas, sino más bien el proceso de secreción hepática.
En muchos casos, aunque no siempre, la medicina de
orientación antroposófica suele emplear la dinamización en el
sentido de lo indicado por Hahnemann. El hecho de que esta última
no se emplea en la farmacéutica corriente de nuestros días, se
explica porque se suele pensar en términos de la química, lo
que no permite comprender la eficacia de métodos diferentes. Si la medicina actual rechaza el empleo de los
medicamentos elaborados por alta dinamización, los cuales,
eventualmente ni una molécula de la substancia primaria, lo
hace debido al prejuicio de que algo que no sea substancia
material no puede producir efecto alguno. Es que el concepto
actual de substancia no permite comprender el fenómeno de la
dinamización porque no ve la relación concreta entre el espíritu
y Por medio de experiencias relativamente sencillas es
posible convencerse del resultado, a veces sorprendente, de
remedios de alta dinamización. Semejantes resultados,
perdurables en la mayoría de los casos, vale decir de curación
efectiva, no se pueden lograr mediante ningún otro medicamento
o procedimiento. Es un aspecto trágico de la medicina actual
que ella, en forma consciente y total, rechaza la aplicación de
estos medicamentos en detrimento del enfermo. Sin duda es absolutamente necesario que estos
medicamentos se empleen mediante la indicación correcta; de
otro modo, no darán ningún resultado, lo que, en el fondo, es
válido para todos los medicamentos. El efecto será tanto más
evidente, como asimismo más rápido, cuanto más exacta sea la
relación correspondiente. El organismo será entonces
directamente receptivo o específicamente sensitivo para con el
medicamento. Pero en ello también reside la dificultad de la
correcta aplicación, la que deberá hacerse en concordancia con
el cuadro terapéutico homeopático o la imagen esencial que se
obtiene a través del estudio científico - espiritual.
Naturalmente, si un medicamento de relación específica con el
organismo femenino, especialmente durante el climaterio, se
"prueba" (como se ha hecho) en hombres jóvenes, es fácil
"demostrar" su ineficacia. Esta "prueba",
bastante parcial de un medicamento homeopático, muestra el
prejuicio con que se tocan estos problemas, en la creencia de
que todo puede juzgarse desde el propio punto de vista; pero, en
realidad, se trata de un grotesco desacierto de un investigador
calificado en su propia especialidad. La Medicina de Orientación Antroposófica conduce a
una ampliación del arte de curar con inclusión de todo lo ya
existente y empleándolo sobre la base del conocimiento de su
relación con el ser humano pero también renunciando a esto o
aquello, precisamente debido al mismo conocimiento. Empero, la
indicación y la aplicación de un medicamento se dan, no por
similitud del efecto de la substancia con el cuadro patológico,
como en la homeopatía, sino en base a la imagen esencial que
resulta del estudio de la substancia y del vegetal, así como
del proceso patológico. En una biografía,
este desarrollo de los septenios
guarda estrecha relación con la transformación de los cuerpos
constitutivos del hombre. De esta manera, estas transformaciones
darán origen a las sucesivas etapas biográficas o septenios.
Sobre
estos cuatro cuerpos se desarrollan los septenios
o la biografía
humana. Clasificación de los septenios Básicamente,
podemos hacer una tri-estructuración:
Las posibles clasificaciones de las distintas edades de la vida son
muchas: en decenios, en septenios; la diferencia radica que, en
la Antroposofía, estos tiempos no están dados arbitrariamente.
El tiempo, que demoran los miembros esenciales en hacer su
metamorfosis, es lo que determina esta clasificación en septenios.
Aproximadamente, cada siete años se produce la transformación
de cada uno de los cuerpos que componen al hombre. Así como los chinos dicen: “Aprender, luchar y ser sabio”; en
Antroposofía, se habla de: maduración
física, maduración
anímica y maduración
espiritual. Esto quiere decir que se emplean veintiún años en consolidar la
estructura del cuerpo físico.
Los primeros tres septenios se llaman septenios del cuerpo, durante los cuales se producen la mayor
cantidad de cambios y dan la fisonomía correspondiente a esta
etapa. Desde la perspectiva de la organización del cuerpo, del
crecimiento de los órganos, hasta los veintiún años, podemos
decir que:
Alrededor de esta edad, el cuerpo deja ya de crecer y comienza una
transformación de lo que llamamos el alma,
el mundo interior. A los 21 años, se produce el nacimiento del
Yo y el cuerpo astral es donde se expresa el Yo. Un niño recién
nacido no tiene conciencia, tiene conciencia cósmica. El Yo no
está totalmente presente; a medida que el niño crece, el Yo se
acerca cada vez más. El septenio central, que transcurre entre los 28 y los 35 años, es el
período donde el Yo está más cerca de la organización física,
período denominado alma
racional. Aquí, el Yo se refleja con mayor fuerza en En el septenio
de la maduración física, desde el nacimiento a los 21 años,
el individuo conoce o empieza a conocer la vida; en el septenio
de la maduración anímica, de 21 a 42 años, el individuo
acepta la vida y, en el tercer ciclo, el septenio
de la maduración espiritual, de 42 a 63 años, recapitula
sobre lo vivido. Teóricamente, esto es lo que va sucediendo,
cuando no hay alteraciones en los procesos.
Cuando es
concebido, el hombre como embrión, aún no está organizado, no
está constituido por los cuatro cuerpos. En el seno materno, ya
es físicamente visible; esto es posible gracias a Tanto el
embrión como el niño recién nacido no tienen conciencia; el
recién nacido no sabe quién es. En el nacimiento, el hombre no
sólo es muy parecido a un animalito sino que es mucho más débil
que cualesquiera de los animales de Como
hemos visto, los cuerpos constitutivos del ser humano no están
totalmente formados ni están todos presentes en el momento de
nacimiento. Así, describimos la vida de siete en siete años,
ya que éste es el tiempo que necesitan los cuerpos para
madurar. Por lo tanto, cada
siete años se producen crisis que generan cambios
importantes. Nuestro
primer planteo es determinar qué pasó en los tres primeros septenios y cómo ellos se reflejarán en el resto de nuestras
vidas. Las experiencias por las que atraviesa un ser humano en
las primeras etapas de su vida se reflejarán en los últimos años
de Después
de nueve meses de embarazo, el niño no está totalmente
formado; son necesarios, aproximadamente, treinta y tres meses
para hablar de una evolución mínima completa. En ese tiempo
culmina la formación del sistema nervioso. Todo lo que es
normal para un niño antes de los dos años resulta patológico
en el adulto: sus reflejos, la circulación sanguínea; todo
esto necesita una transformación. En los
primeros siete años, el niño conforma y consolida su cuerpo físico;
a partir de ahora, su cuerpo físico está completo. Éste es,
además, el septenio durante el cual aparecen las enfermedades
infantiles. El niño, al nacer, trae el cuerpo vital de la
madre, al cual quemará con las altas temperaturas de las
enfermedades infantiles. La fiebre que se manifiesta, en estos
primeros años de vida, no tiene nada que ver con la fiebre que
se desarrolla en los otros períodos de la vida. Las
enfermedades infantiles tienen el propósito de que el niño
desarrolle su propio cuerpo vital, a partir de los siete años,
abandonando el cuerpo vital donado por su madre. Esto es el
principio de su proceso de individualización. Por lo tanto, es
importante no interrumpir estas enfermedades cuando aparecen. Entonces,
a los siete años se
produce una transformación muy importante: el niño ha
completado la formación de sus órganos; la formación de su
cuerpo. A partir de ahora, las fuerzas que estaban dedicadas al crecimiento
se liberan, transformándose en fuerzas
del pensamiento;
es decir, las fuerzas vitales que ayudaron al crecimiento formarán
la conciencia del niño y, desde este momento, podrá pensar.
Por esta razón, es muy importante no interrumpir la evolución
física del niño aplicando estas fuerzas del crecimiento al
pensar.
Desde los
siete a los catorce años, se desarrolla el septenio
del cuerpo vital. Este nuevo nacimiento, invisible para
nosotros, está señalado por dos hechos fundamentales:
se completa el proceso de cambio de dientes.
el sistema nervioso ya está conformado. A
partir de los siete años, el niño está más despierto al
mundo, ya ha desarrollado su capacidad de aprendizaje y, así,
podrá iniciar su vida escolar. Esto es posible porque las
fuerzas formadoras del cuerpo vital o cuerpo etérico se liberan
de la tarea de configurar órganos y sistemas, correspondientes
al cuerpo físico, y se transforman en fuerzas de pensamiento El
cuerpo vital es la base del temperamento,
razón por la cual el segundo septenio se caracteriza, también,
por la manifestación de los temperamentos.
Son cuatro los temperamentos, a saber:
temperamento melancólico,
con preponderancia del cuerpo
físico, se expresa en el predominio de los órganos de los
sentidos, tendiendo a los sabores ácidos.
temperamento flemático,
con preponderancia del cuerpo
etérico, se expresa en el predominio del sistema glandular,
tendiendo a los sabores salados.
temperamento sanguíneo, con preponderancia del cuerpo astral, se expresa en el predominio del sistema nervioso,
tendiendo a los sabores dulces.
temperamento colérico, con preponderancia del Yo, se expresa en el predominio del sistema sanguíneo, tendiendo a
los sabores amargos. El temperamento
es una cuestión de destino; es decir, el hombre, a lo largo
de su biografía, deberá trabajar su temperamento. Cada ser
humano tiene, en su interior, los cuatro temperamentos,
predominando, en él, uno de ellos. En el suceder de la vida y
con el trabajo del Yo, debiera lograrse la armonía de los
cuatro temperamentos. Durante el desarrollo de este septenio, el niño tiene la posibilidad
de adquirir hábitos, no sólo los hábitos de comer, dormir,
sino también hábitos de conducta, como: no criticar, respetar
a los otros, saber perdonar. Por lo tanto, la labor
de los educadores, no sólo la de los maestros sino también
la de los padres, adquiere fundamental importancia.
A los catorce años ha terminado la escolaridad primaria y se prepara
para ingresar en uno de los septenios más dramáticos que tendrá
que vivir: el tercer
septenio, que transcurre entre los catorce
y los veintiún años.
A partir de los catorce años, aparecen las formas corporales características
y determinantes de ambos sexos: la menstruación, en las niñas;
la aparición del vello; el cambio de voz, en los varones.
Algunos hablan de bisexualidad otros de asexualidad; se diría
que los sexos se confunden, estableciéndose amistades muy
profundas e íntimas entres seres del mismo sexo. Es una etapa
durante la cual no hay una clara discriminación sexual. En el embrión, hasta los dos meses de gestación, están los esbozos
genitales del hombre y de la mujer; luego, uno de los sexos se
atrofia, desarrollándose el restante. Por lo tanto, venimos de
un mundo espiritual en el cual no hay diferenciación sexual. Lo
sexual aparece después, en el plano físico. Las fuerzas
espirituales son las que promueven el funcionamiento glandular
con la secreción hormonal, determinando que ese ser, que ha
encarnado, sea hombre o mujer. Por consiguiente, un ser humano,
por el hecho de ser mujer, segregará hormonas femeninas y su
condición femenina guarda una estrecha relación con las
experiencias a desarrollar en su vida terrenal. El código genético
es el resultado del plan que se trae del mundo espiritual, tiene
relación con el Yo, con la individualidad, y no con el cuerpo físico.
Es el resultado del destino del ser. Durante este septenio tan difícil, se desarrolla el cuerpo
astral o cuerpo de sensaciones; es decir, el ser humano comienza a tener
nuevos sentimiento y sensaciones. Básicamente, comienza el
aprendizaje para quererse o para distinguirse a sí mismo. El
joven se encuentra inmerso en un mar de sensaciones y, así,
frente al mundo, actuará según su gusto o disgusto; es decir,
aparecen las polaridades.
El joven de esta edad vive el deseo. A partir de los veintiún años, esta situación se modifica porque nos
acercamos al nacimiento del Yo.
A partir de los veintiún años, nos acercamos al nacimiento del Yo. Todo este proceso conduce a separar al joven de
la madre. A través de las distintas etapas de la vida del niño, la madre lo
siente de diferente manera. La madre percibe al niño y ese
estar percibiéndolo es una conexión vital. A los siete años,
cuando nace el cuerpo vital del niño, la madre va desconectándose
un poco del niño, proceso necesario para su desarrollo y
crecimiento. A los catorce años, surge el cuerpo anímico del
niño y, a partir de este momento, la madre percibe a su hijo de
una manera diferente; hasta puede dudar de si ese ser es
verdaderamente su hijo. Esta sensación se acrecienta al llegar
a los veintiún años, cuando la madre puede sentir que
desconoce totalmente al joven que tiene a su lado. Cuando la
madre dice conocer mucho a su hijo; en realidad, sólo conoce al
embrión de ese ser, conoce los pasos previos necesarios para
que ese ser llegue a ser la individualidad que ahora es con sus
veintiún años. A partir de este momento, podremos observar quién
es en verdad la persona que comienza a manifestarse, un
personaje que la madre aún no conoce. Los padres, como
constituyentes del medio que rodea al niño, influyen pero no
pueden conocer los impulsos que recién aparecen a los veintiún
años. Esto es lo nuevo para cada uno de ellos. Alrededor de los veintiún años, muchos jóvenes sufren crisis
violentas relativas a su propia identidad. Muchos jóvenes
sienten que deben liberarse de las imágenes fuertes de su padre
o su madre, para lo cual abandonan la casa paterna. En este septenio, la mayoría de las personas inicia su carrera
profesional, iniciando una etapa de experimentación, una etapa
en la cual se adquieren experiencias de vida. Es una etapa de
gran creatividad, de una gran satisfacción por vivir y probar
todo aquello que fue aprendido, especialmente, en la fase
anterior. El joven está “abierto” hacia su entorno, sus
capacidades todavía son ilimitadas y, por lo tanto, todo es
posible para él. El desafío que debe enfrentar el joven, en esta etapa de su vida, es
tratar de alcanzar el equilibrio interno, su seguridad interna,
independientemente del medio que lo rodea. Estos son los tres septenios centrales de Existen tres niveles en la conformación del alma que llamaremos
Alma sensible, se
desarrolla entre los veintiún y los veintiocho años;
Alma racional, se desarrolla entre los veintiocho y los treinta y cinco años;
Alma consciente, se desarrolla entre los treinta y cinco y los cuarenta y dos años. Durante el septenio del alma
sensible el ser
humano comenzará a controlar su vida anímica; es el momento
del autodominio. Aquellos juicios impregnados de simpatía o
antipatía son tomados con mayor seguridad. El Yo aún no se
constituyó en el centro del alma, pero el individuo quiere
saber cómo son realmente las cosas, quiere aprender a conocer
la vida y el mundo. Busca con empeño una posición en la vida,
afirmarse en su trabajo o en su profesión, compartir sus días
con alguien y, también, formar una familia. El joven percibe en
sí una gran creatividad y satisfacción de vivir. El septenio del alma racional
es el centro de la biografía y durante el cual el pensar actúa
de manera más intensa. Lentamente, el Yo se emancipa del alma,
ha disminuido la violencia de los deseos y de los impulsos. Por
lo general, el individuo se torna escéptico y le es muy difícil
acceder a un pensar que no sea científico – racional.
Modifica su relación con los otros, ya que terminada la
juventud la vida se torna más seria. Durante el septenio del alma
consciente se desarrolla la autoconfianza, lo cual demanda
un trabajo de En
el plano físico suele producirse una disminución de la
vitalidad y de la capacidad de trabajo; inconvenientes que
pueden superarse con el aumento de la autoexigencia, lo cual
tendrá un costo en el futuro. Es una etapa en la cual aparece
frecuentemente la sensación de vacío; vacío que predispone al
encuentro consigo mismo. Es un período de aceptación de sí
mismo y de los otros, constituyendo un verdadero ejercicio para
lograr la autoconfianza.
Este septenio, regido por Marte, es el septenio de Esta etapa de la vida se caracteriza por la transformación
consciente del Cuerpo Astral y no meramente por el hecho de
"haber durado" una cantidad de años a partir del
nacimiento físico. Hay una gran diferencia entre el esfuerzo consciente
individual que cada ser humano realiza, en un lapso aproximado
de siete años, en beneficio de la transformación de uno de sus
miembros esenciales, y la suposición de que cada siete años
ocurren o "deben ocurrir" determinados fenómenos en
la vida de un individuo. Si el hombre o la mujer, que se aproximan a esta etapa
clave para el desarrollo de sus potencialidades espirituales, no
hacen esta transformación sufrirán una gran falencia. Nos encontramos con que el individuo debe reconocer el
comienzo de la declinación físico–biológica, lo cual se
puede presentar de distintas maneras: Mayor desgaste físico. Aumento del cansancio frente a
los mismos esfuerzos. Aumento de peso, ya que no es
posible controlarlo como ocurría con anterioridad. Posibilidad de una incipiente caída
del cabello. Notoria disminución de Decaimiento de las fuerzas
vitales. Desequilibrios hormonales. Tendencia a la sequedad de la
piel; por lo tanto, aparecen las arrugas; No obstante el esfuerzo
desmedido para sobreponerse a la disminución de las fuerzas
vitales, detrás de este proceso de negación siempre está
latente la posibilidad de la depresión / cáncer o de la
hiperexcitabilidad / infarto, supeditada al destino individual
de Lo descrito hasta aquí,
corresponde a costumbres habituales y generales observadas en
nuestra sociedad; una sociedad que lucha materialmente por
sobrevivir, muy enajenada de sí misma como para poder percibir
el llamado del espíritu. Pero afortunadamente hay, cada vez más,
individuos cuyo Ser interior puede escuchar ese llamado. El desarrollo social estará
directamente relacionado con la elección del camino a seguir:
la actitud podrá orientarse hacia fines realmente altruistas o
podrá cae en la tentación del uso y del abuso del poder. En los tres Septenios del Espíritu
–séptimo, octavo y noveno- las tareas y las metas deberán
estar comprendidas dentro de una cosmovisión total. Ahora, se
generarán la humildad, la aceptación y el amor. Las
realizaciones deben ser patrimonio del espíritu y no meramente
de En este primer septenio de
desarrollo espiritual, el alma se pone al servicio del espíritu.
El alma es lo que nos conecta la mundo físico para que el espíritu
pueda expresarse. A su vez, el espíritu, para poder utilizar el
cuerpo necesita necesita sentir y transformar ese cuerpo (el
alma) que representa su conexión con el plano físico. Este
constituirá el trabajo interior del septenio: la transformación
del Cuerpo Astral; es decir, nuestro cuerpo de sensaciones, para
permitir el advenimiento del Yo espiritual, el más elevado de
nuestros cuerpos suprasensibles.
En plena crisis de los 50, el
hombre y la mujer se acercan a los umbrales de un nuevo proceso.
Se trata de un fenómeno sociocultural y familiar muy fuerte que
determina, drásticamente, la transferencia a otro grupo social:
el de la tercera edad, la edad madura o, peor aún, el de la
vejez. En la mujer, el hecho biológico
dominante está dado por el cese de su período menstrual o
menopausia. Por supuesto, este proceso será vivenciado
individualmente de manera muy diferente según sea su preparación
interior y su disposición anímico-espiritual. En el caso del
hombre, un fenómeno biológico parecido se produce merced a los
problemas de la próstata, aunque éstos no son inexorables en
su aparición ni poseen igual jerarquía sociocultural que la
menopausia. En la actualidad, se han
desarrollado una serie de investigaciones sobre estos temas.
Desafortunadamente, gran parte de las conclusiones a las que éstas
arribaron desemboca en alguna sustancia química que, al
emplearla en el organismo humano, reproduce los efectos
producidos por la hormona o el neurotransmisor que ha comenzado
a declinar naturalmente. Sin embargo, estas "soluciones
parciales para sentirse mejor" y no brindan ninguna
respuesta valedera a los interrogantes básicos del hombre y de
la mujer de esta edad. El problema del climaterio
masculino y femenino no se resuelve en plano químico-biológico,
aún cuando algunas modificaciones, en este sentido, otorguen un
alivio pasajero a determinados síntomas. Tampoco es una cuestión
estrictamente psicológica. Quiere decir, entonces, que se han
dado respuestas al cuerpo físico en el terreno de la bioquímica;
se ha dado respuesta a una parte del alma en el ámbito de la
psicoterapia; pero no hay respuestas para el espíritu en el
plano trascendente. Y éste es un trabajo individual, de
perseverancia y de elevación de la propia conciencia. En este octavo septenio se
produce la culminación de la reflexión y del pensar, que ya no
están exigidos por la acción como en el período de 42 a 49 años. Además este es el septenio del
desarrollo moral; una verdadera transformación del cuerpo etéreo
trae aparejada una profundización de lo moral. La moral no se
fundamenta en sermones, ya que si esto fuera posible no habría
inmoralidad sobre En estos tres últimos
septenios, se hace cada vez más evidente la dualidad del ser
humano. Puede manifestarse un hombre con predominio de
apetencias y necesidades solamente materiales: es el hombre que
"duerme" o que, simplemente, "existe" y para
quien la vida es una caja de sorpresas, de casualidades
ilimitadas, un continuo esquivar de obstáculos o un aprovechar
la ausencia de ellos, sin que despierte en él la conciencia del
aprendizaje que la vida ofrece. Pero también puede emerger el
otro hombre: aquel en el que germinaron las semillas sembradas
durante el septenio anterior cuando era un principiante en el
camino espiritual y ese proceso lo conduce ahora al despertar de
su maestro interior. En esta pugna es fundamental el
trabajo de autoconocimiento desarrollado por cada uno. Ahora ya
no importa lo que el hombre quiera realizar sino lo que los
otros necesitan de él. La creatividad se expande con una
cosmovisión de En este septenio hay dos temas
centrales: el despertar del maestro interior y la enseñanza;
ambos indisolublemente ligados por su esencia. Ese maestro que
ha despertado es el arquetipo de lo humano. Maestro es el que
puede cambiar a los otros. Su despertar en nosotros hace verdad
la promesa tácita de reunificación, de reencuentro con
nosotros mismos. Este maestro ya no es el guía sino que es el
consejero que da instrucciones para lograr la disciplina
interior, a la vez que procura un decidido desarrollo del
pensar. Y la consecuencia directa de este despertar permite la
posibilidad del enseñar como ideal y de aconsejar con amor.
Estamos ahora en el umbral de
una nueva crisis muy especial dado el grado de conciencia que
puede alcanzar el hombre a esta edad. La crisis puede
manifestarse en el ámbito de lo humano y de lo espiritual. En
el primer caso, la crisis se puede producir como corolario de
una vida poblada de desaciertos o equivocaciones que no han
podido ser reparadas. El ámbito de esta manifestación es el
referido a los vínculos; es decir, la sociedad toda en la que
se desarrolla cada biografía. Sobrellevar estas situaciones
conflictivas suele demandar grandes esfuerzos y, si no se
resuelven, una incipiente depresión puede ser la consecuencia. La crisis espiritual se produce
por una apertura de conciencia, por un despertar del espíritu
que llamamos fase mística de la evolución: el individuo siente
un llamado imperativo de ciertos impulsos espirituales que no
logra concatenar con la vida llevada hasta es presente. Estos
impulsos pueden obedecer a ideales tales como la verdad, la
fraternidad, la justicia o la libertad. A medida que el ser humano se
acerca a las últimas etapas de cada experiencia de vida, las
crisis anímicas debieran ser de menor envergadura mientras
crecen en importancia las experiencias vinculadas al mundo
trascendente o espiritual. Tarea nada fácil y que supone un
sabio desapego del mundo exterior y una marcada inmersión en el
mundo interior. El noveno septenio es el
indicado para realizar una síntesis de todo lo vivido; también,
es propicio para hacer una síntesis de toda la biografía y
aprehender con claridad las tres funciones anímicas: sentir,
pensar y actuar. La comprensión puede llegar a
través de un trabajo consciente o inconsciente. La comprensión
inconsciente se puede lograr a través de la propia experiencia
vivida y suele ser la más habitual. La comprensión consciente,
en cambio, exige de la persona una participación activa, una
observación atenta del mundo y de sí mismo y una concepción
integral del hombre. En este noveno septenio es
importante que el hombre aprenda a tomar clara conciencia de
estas actividades esenciales del alma El pensamiento sirve para
captar los conceptos y relacionarlos. Es una actividad subjetiva
que tiene por objeto una realidad objetiva. El propio pensar es
una actividad espiritual por excelencia por la que el hombre
participa de una realidad inmaterial: el mundo de los conceptos.
El hombre los capta, no los produce. Cuando se llega a ciertos
niveles de interiorización nos damos cuenta de la poca
importancia que tiene la necesidad de refutar a nuestro
interlocutor con el mezquino deseo de afirmar nuestra
personalidad. Y así como tratamos de penetrar
el mundo espiritual de los conceptos a través del pensar, así
debemos conocer qué es el sentir en nosotros. En esta etapa
tenemos que tener muy clara la diferencia entre lo que pensamos
y lo que sentimos; debemos descubrir cuándo un deseo latente
impulsa la construcción de un juicio para justificarlo. A esta
edad, tanto los deseos como las pasiones, deben ser
metamorfoseadas en sentimientos nobles y elevados. Lo mezquino
deberá ser desplazado por sentimientos altruistas (alter =
otro). En este septenio es muy importante la luz que emana de un
ideal, como la verdad o la libertad, para que el ser humano sea
guiado y logre desarrollar a pleno las grandes metas humanas que
viven impresas en su espíritu. Si el hombre tiene clara
conciencia del pensar y del sentir, le resultará más sencillo
cómo debe actuar, cómo debe ser usada su voluntad, en este
tramo de la biografía signado especialmente por la realización. Pero, ¿qué es la voluntad? Es
una fuerza que anida en las profundidades inconscientes del
alma. Es la fuerza de la acción, es el acto volitivo. Cuando esta fuerza de lo
volitivo entra en el dominio del Yo, se transforma en motivo,
ocupando los tres septenios centrales, los septenios del alma.
Y, aquí, se establece una clara diferencia con lo animal: tanto
el hombre como el animal pueden tener deseos, pero sólo el
hombre puede tener motivos. De ahí en más, en los septenios
del espíritu, la voluntad adquiere connotaciones elevadas de
acuerdo con el nivel que alcance cada uno de los gérmenes
superiores del Yo: Aspiración,
en el nivel del Yo Espiritual (séptimo septenio) Propósito,
en el nivel del Espíritu Vital (octavo septenio) Resolución,
en el nivel del Hombre Espíritu (noveno septenio) Como corolario de la conciencia
de las funciones anímicas a desarrollar, en este septenio,
repetimos que la comprensión del pensar, del sentir
y del actuar, puede ser fruto de un trabajo inconsciente
o consciente. Hacer el trabajo plenamente consciente nos
impulsará de lleno a penetrar el conocimiento de los mundo
superiores. Este septenio está regido por
Saturno; lo dominante es la resolución que se expresa a través
de La forma física, que surgía en
el primer septenio, es vivida ahora espiritualmente. Las que
antes eran fuerzas creadoras, ahora se transforman en fuerzas de
La presenilidad, posible en este
septenio, puede acompañarse con problemas de salud, físicos o
psíquicos. Si estos se hacen presentes y el individuo no ha
hecho un trabajo de apertura espiritual, es muy fácil que toda
su atención se centre en sí mismo, tornándose egoísta, perdiéndose
para sí y para el mundo. Este tipo de situaciones inhiben las
posibilidades de percepción espiritual y el hombre se encamina
hacia un verdadero proceso de deterioro y esclerosis psicofísica. La vivencia de la muerte es muy
clara, lo cual lleva a una nueva crisis. Aparece otra depresión:
la de En este noveno septenio, se
establece una conexión con el primero; hay una iluminación de
la vida infantil y una reconciliación con todas sus
manifestaciones. Si el hombre o la mujer del noveno septenio no
fueron buenos padres o madres, pueden descubrir ahora, como
abuelos o abuelas, las delicias de esta etapa de la vida.
Los tres primeros septenios
(septenios del cuerpo), desde el nacimiento hasta los veintiún
años, se reflejarán en los tres septenios de Así como a los catorce años
comienza la menstruación, a los cuarenta y nueve años comienza
la menopausia. Así como a los catorce años,
anímicamente, el joven compite, el varón y la mujer se
diferencian y los grupos que forman se destruyen entre sí; a
partir de los cuarenta y dos años, las personas tienen, en
general, otra manera de relacionarse, tienden a formar
comunidades y trabajar con ideales comunes. Así como a los catorce años,
comienza la vida sexual; a los cuarenta y dos años, puede
empezar a caducar el interés por la sexualidad, a caducar con
un sentido de transformación. A los catorce años, todo lo
relacionado con el cuerpo tiene enorme importancia, mientras
que, a partir de los cuarenta y dos años, este interés se
transforma en algo que podemos llamar espiritual y comienza a
plantearse el tema de la muerte. A partir de los cuarenta y dos años,
aparecen crisis que pueden ser físico – anímicas. Una crisis
física consiste en sentir que el cuerpo físico ya no responde
como antes y, en este caso, la persona puede reaccionar de dos
maneras: Luchando contra esta situación,
pudiendo matarse en el esfuerzo. El septenio de los cuarenta y
nueve a los cincuenta y seis años tiene como espejo el septenio
de los siete a los catorce años. Así como a los siete años el
niño comienza su escolaridad; a partir de los cuarenta y nueve
años el ser humano necesita enseñar, se transforma en maestro.
Esta es una necesidad vital; el ser humano necesita ser
escuchado, necesita transmitir algo, en suma, necesita dar. Así como entre los siete y los
catorce años empiezan los hábitos; entre los cuarenta y nueve
y los cincuenta y seis años será muy importante trabajar sobre
los hábitos adquiridos, ya que, en este septenio, se desarrolla
una fuerza que nos permite cambiar nuestros hábitos. En el último septenio, entre
los cincuenta y seis y los sesenta y tres años, se producen
alteraciones sobre todo en lo que respecta a A partir de los cuarenta y dos años
y a lo largo de los septenios que siguen es muy importante
recuperar las vivencias infantiles, no sólo recuperarlas sino
revitalizarlas y transformarlas. Una característica de la niñez
es el asombro, así como también el egoísmo. Por lo tanto, en
esta etapa de nuestras vidas es ideal percibir la necesidad del
otro, desarrollar nuestra capacidad para escucharlo y, de este
modo, lograr el asombro. Precisamente, gracias a estas vivencias
el mundo se desplegará ante nosotros y podremos transformar el
egoísmo infantil en la capacidad para reconocer al otro. A partir de los cuarenta y dos años
es fundamental comenzar un trabajo constante con el desapego y
con el perdón. El desapego cobrará una importancia cada vez
mayor a medida que pasan los años ya que con el paso del tiempo
la persona tiene menos necesidades materiales. El desapego
constituye una muy buena señal en el camino de la evolución
personal. El trabajo con el perdón es
mucho más difícil y requiere una preparación espiritual.
Existen cinco cualidades que se
manifiestan en una evolución sana de un proceso biográfico de
madurez, ancianidad y muerte. Estas son: unicidad, desapego,
amor al prójimo, agradecimiento y perdón. La sensación de unicidad ocupa
el centro del alma del hombre y de allí se desprenden las otras
cuatro características. La idea de que la unicidad ocupa el
centro del alma ha surgido al observar que, cuando la persona
llega a experimentarla, las otras cualidades pueden ser
alcanzadas sin dificultad. Ocupar el centro significa que la
persona se siente ubicada allí reiteradamente y hace de esto un
aspecto central de su vida. Al hablar de la sensación de
unicidad nos referimos a esa especial sensación de unidad con
el Todo. Pero, ¿qué es el Todo? En realidad, no hay conceptos
que puedan definirlo, ya que en el caso de lograrlo, lo definido
dejaría de serlo; simplemente, el Todo Es. Las personas, que han hecho
abandono de su cuerpo físico en una situación de extremo
riesgo, como un accidente o una operación quirúrgica,
describen la sensación de unicidad como la sensación de no
poseer un cuerpo y, a la vez, de sentirse parte del Universo. El
cuerpo es el Cosmos mismo y la sensación de unicidad se
manifiesta con la esencia de las cosas y no con las cosas en sí.
Las cosas del mundo físico se vivencian como una consolidación
material de aquella esencia. Sin embargo, no es una fusión cósmica
con pérdida de conciencia; siempre existe la conciencia de sí
mismo participando y gozando de esta experiencia inédita. Cuando la experiencia cesa y se
retorna al cuerpo, por lo general, se duda de lo vivido, ya que
el imperio de los sentidos y nuestro condicionamiento cultural
no dejan resquicios para experiencias suprasensibles. Pero lo más
valioso de estas experiencias es el cambio de vida de quienes
las han vivido y su necesidad de conocimiento acerca de los
mundos espirituales. Existe otra forma de acercarse a
esta sensación de unicidad y es la que verdaderamente interesa
en todo proceso biográfico. No se manifiesta bruscamente y no
posee ni la fuerza ni la intensidad de las experiencias
relatadas por las personas que atravesaron por dichas
situaciones de extremo riesgo. Es un proceso que se instala
lentamente, a partir de la cuarta década de la vida, debiendo
ser cultivado cuidadosamente. En este caso, si la persona abre
sus sentidos a esta nueva sensación de unicidad, decidiéndose
a profundizarla conscientemente, se habrá iniciado el verdadero
camino del principiante que aspira a la fraternidad y unidad en
el camino espiritual. Para este proceso son de gran ayuda la
meditación diaria y la observación constante de sí mismo. De
esta manera, es posible romper con la esclavitud de la
conciencia de vigilia y apreciar la causalidad. Al tomar conciencia de esta
causalidad, que obra en nuestra existencia, nos preparamos para
abordar el concepto de karma. Sólo así, la vida adquiere
sentido como escuela y cada tropiezo será bienvenido por el
mensaje que encierra. Todo hecho deberá relacionarse con la
causalidad y el orden universal y, así, la persona logrará
instalarse, poco a poco, en la sensación de unicidad emergente.
Más aún, todo conocimiento adquirido debe apuntar a la unión
con el Todo y aquel conocimiento antiguo deberá ser reformulado
en relación con la Totalidad. Cuando este estado de unicidad
ocupa el centro del alma se percibe una agradable sensación de
paz y un germinar de sentimientos serenos de amor y fraternidad
universal. Estas sensaciones de unidad y de
paz interior suelen despertar el desapego. ¿Qué es el desapego? Es un cambio de valores. Es la transformación de valores
materiales en valores espirituales. Es un valor que está en el
centro, equidistando entre la posesión y la indiferencia. El verdadero despego produce una
sensación de paz y esta misma sensación lo incentiva. La
actitud de desapego estimula en la persona la alegría de
descubrir que necesita cada vez menos para estar cada vez mejor.
Desapegarse no significa no tener, significa no depender de lo
que se tiene. Los valores materiales susceptibles de ser
trabajados internamente como actitud de desapego abarcan todos
los objetos físicos que nos rodean, desde los más
insignificantes hasta los más grandes. Mucho más difíciles de ser
abandonados son los valores anímicos, porque son más sutiles y
están menos expuestos al campo iluminado de nuestra conciencia;
por ejemplo, los roles que ejercemos diariamente, el prestigio
alcanzado o el manejo del poder. Las razones espirituales del
desapego son casi obvias: la conciencia superior sabe de lo efímero
de la existencia física; basta elevarse a otro nivel de
conciencia para que el desapego del mundo físico se constituya
en un hecho lógico y necesario. Desde el punto de vista de la
conciencia de vigilia u objetiva, hay un solo acontecimiento en
la vida que no resiste la menor objeción por parte de la razón,
esto es la muerte del cuerpo físico. Es muy comprensible,
entonces, que a partir de la segunda mitad de la vida esta
tremenda verdad humana cobre fuerza inconscientemente en el
alma. La sensación de unicidad y la
actitud de desapego confluyen en un sentimiento muy elevado el
amor al prójimo. "Amarás al Señor,
tu Señor, y al prójimo como a ti mismo" encierra una verdad
oculta: el re-conocimiento de la Divinidad en el otro así como
en nosotros mismos. Reconocer a Dios en el otro y en nosotros sólo
es posible merced a una profunda devoción y reverencia que
despierta en el hombre la emanación divina que vive en su Espíritu. El amor al prójimo se cultiva y
crece. Es un largo camino que parte del egoísmo para llegar al
altruismo, al otro. Desde un punto de vista es un proceso que,
por un lado, recibe aportes de la unicidad y del desapego y, por
otro lado, del agradecimiento y del perdón. Es una sensación
que se instala en nuestro Ser y se manifiesta como sensibilidad
ante la necesidad ajena. Cuando esta sensibilidad se expande en
el alma, se expresa en el mundo como acto de generosidad. La sensación de amor al prójimo
siempre despierta un sentimiento de sana alegría, un verdadero
bálsamo anímico-espiritual. ¿Y qué podemos decir del
agradecimiento y del perdón? El agradecimiento es una sensación
muy poco cultivada en el alma humana. El agradecimiento nace de
los hechos más insignificantes, como respirar, caminar
conscientemente, oír el canto de un pájaro, presenciar una
puesta de sol, recostarse sobre el tronco de un árbol o
acariciar a un animalito. Todo esto despierta un sentimiento de
amor y fraternidad universal que incentiva el amor al prójimo,
pudiendo trascenderse lo humano para llegar a lo divino. El perdón provoca una sensación
de benevolencia. Si analizamos el vocablo en detalle nos
encontramos que la palabra perdón se compone de una preposición
inseparable: per, que refuerza su significado y de un verbo que
tiene una profunda significación en sí mismo como acción de
desprendimiento y entrega, donar. Sin embargo, en el mismo
vocablo permanece en silencio otro significado el de don. El
sentido de la donación es el de la dádiva u ofrenda, como así
también es una cualidad del ser humano. Por lo tanto, el perdón
es una verdadera cualidad del hombre que le permite desprenderse
tanto de objetos materiales como del orgullo personal; desapego,
para ofrecer una dádiva; amor al prójimo, que estimula en el
espíritu la sensación de agradecimiento que lo une con el
Todo, unicidad. Aquí hablamos del perdón como
una actitud del alma en relación con el mundo; una actitud
libre que, en cada momento, podemos elegir asumir o rechazar. La
actitud interior de perdonar encierra un doble aspecto: anímico
y espiritual. En el aspecto anímico produce un alivio y una
liberación, es un desprenderse de algo que a su vez nos mantenía
atrapados y esclavizados. Nos desprendemos de sentimientos tales
como odio, humillación, dolor. En el aspecto espiritual, el
trabajo consciente del perdón nos abre las puertas del
aprendizaje, nos torna flexibles y compresivos con respecto a la
naturaleza humana. Es un excelente instrumento para cincelar
aspectos oscuros del alma y nos abre el camino a la indulgencia
y
EL CÁNCER: SUS CAUSAS TERRENALES Y ESPIRITUALES Por el Dr. Roberto Crottogini
¿Qué es lo que produce el cáncer? ¿Es el
cigarrillo? ¿Es la alimentación?. Hay tantas sustancias que
hoy se definen como cancerígenas!. Hoy día no es nada fácil explicar, en palabras
sencillas, qué significa la aparición de un tumor, de un tumor
maligno en el cuerpo. Desde una perspectiva científico-espiritual,
cualquier enfermedad tiene relación con el destino y con la
experiencia de vidas anteriores. Por lo tanto, es muy importante
comprender qué es el karma, el destino y las sucesivas vidas;
de lo contrario, al no considerar este planteo básico de la
Antroposofía, el cáncer, obviamente, obedecerá a la
casualidad, a la mala suerte, es decir, al azar. Al integrar la
experiencia espiritual de vidas anteriores, evidentemente, cada
experiencia de una vida nueva, que realizamos tiene que ver con
todo lo anterior, con una causalidad que, en esta vida, se
manifiesta con una tendencia a producir el fenómeno llamado cáncer. Cuando alguien pregunta "¿Cómo?, ¿el cáncer
no es genético?", resulta evidente que muchas personas sólo
consideran una sola causa o una sola verdad, en el sentido de
que si es genético, ¿qué tiene que ver el cigarrillo?; y, si
es debido al cigarrillo, ¿qué tiene que ver lo espiritual?; es
decir, como si todo estuviera aislado, separado. Aquí, lo que
pretendo es reunir todas estas situaciones. El ser humano presenta un aspecto terrenal y un
aspecto espiritual. En el momento de la encarnación física, en
cada nueva experiencia de vida, se consolida químicamente lo
que, hoy, se llama genoma humano, en permanente estudio. Se cree
que, hacia el año 2005, se tendrá un mapa completo de la
responsabilidad de cada gen en la producción de enfermedades,
en la conformación del carácter; en fin, en todo lo que hace
al desarrollo del hombre, en la Tierra. Desde el punto de vista de La otra cuestión es cuáles son los detonantes, en
la vida, para que estas predisposiciones, latentes, se expresen
o se manifiesten. Las razones o causales, por las cuales una persona
puede enfrentar un cáncer, están plasmadas como posibilidad a
nivel genético; ya existen, y las trae impresas en su código
genético. Así, comienza su vida física; no obstante, a partir
de la concepción, la Psicología que podrá explicar un cúmulo
de mecanismos, llamados detonantes, por los cuales la persona
tendrá la posibilidad de activar aquello que ya estaba
previsto, como predisposición mórbida, en su estructura genética.
Así, es posible comprender por qué de dos personas que fuman
cuarenta cigarrillos diarios, sólo, se enfermará de cáncer de
pulmón aquella que tenga una fuerte predisposición a hacerlo;
como de dos hermanos, criados con la misma madre, sólo uno de
ellos logrará desarrollar asma. La comprensión de la dimensión espiritual del
hombre puede darse a veces intuitivamente, o bien, a través de
un largo y meduloso proceso de estudio y trabajo interior. En mi
trabajo como médico, he podido apreciar, en repetidas
ocasiones, la aparición de experiencias paranormales,
vinculadas a la inminencia de la muerte (E.C.M.); en las cuales,
mediante el "desprendimiento brusco" de una de las
organizaciones suprasensibles, el ser humano se transporta a
otro estado de conciencia que le posibilita, a su
"regreso", un cuestionamiento más profundo de su
esencia y un anhelo por conocer que se esconde más allá de su
aspecto terrenal; es obvio que no es éste el camino ideal para
adquirir el conocimiento de un plano trascendente, pero no deja
de ser un estímulo frecuente para que así ocurra. Genéticamente, es posible determinar la
predisposición al cáncer, mediante estudios especializados.
Hoy día, recibimos pacientes en los cuales varios miembros de
la familia han presentado un determinado tipo de cáncer a
partir de cierta edad, y, esta persona consulta, ahora, porque
percibe una sintomatología sospechosa al respecto. Aquí, se
ponen en juego las tendencias genéticas, mencionadas, y los
correspondientes detonantes de las mismas, de los cuales los
mecanismos psicológicos ocupan el primer lugar. Por esta razón,
muchos psicólogos hablan de una caracteropatía o personalidad
del enfermo de cáncer. En la actualidad, hay estudios muy claros sobre la
posibilidad de que un cuadro depresivo pueda desembocar en un cáncer;
pero, esto siempre y cuando se encuentre programado "genéticamente".
También, hay muchas situaciones de pérdida o de mucho dolor
que pueden conducir, en muy poco tiempo, a la aparición de un
tumor. En una persona, en la que aparece un tumor, la
investigación retrospectiva evidencia, casi sin excepciones,
que dicha persona ha tenido experiencias de pérdidas muy
dolorosas, un tiempo atrás. Al decir pérdidas dolorosas, me
refiero a una separación, a la pérdida de un ser querido, a
una pérdida de empleo o una pérdida significativa de
autoestima, en una situación determinada. Algo ha pasado, a
nivel psíquico o anímico, para que, en esa persona, se
produzca un desarrollo anárquico de las células, como es el cáncer. Quiere decir que, frente a una enfermedad tan seria
como es el cáncer, es necesario considerar un área espiritual;
un área físico-química, que tiene que ver con la estructura
genética del ser humano; y, además, los detonantes, de los
cuales la Psicología tiene mucho que decir. Hoy en día,
debemos considerar, también, la contaminación ambiental. ¿Por
qué se dice que tantas sustancias son cancerígenas?. En
realidad, debe decirse que numerosas sustancias son
desencadenantes de la posibilidad de contraer cáncer, siempre y
cuando, esto, esté acuñado físico-químicamente como
corresponde y, además, cuando, espiritualmente, sea necesario
atravesar por dicha experiencia. Tanto la alimentación, como la
polución ambiental, como la contaminación psicológica son los
elementos que pueden detonar la aparición de un cáncer. El paciente, enfermo de cáncer, suele escuchar que
la enfermedad se clasifica en distintos grados (uno, dos, tres y
cuatro), según su gravedad. Esto surge de clasificaciones
internacionales, según el tipo de tumor, su tamaño, la
existencia o no de ganglios comprometidos, la existencia o no de
metástasis a distancia, etc. Así, el paciente, consultante,
sabrá que a su tumor se le asigna uno de estos grados, y, al
preguntar qué significado tiene esta gradación, el médico hará
referencia a la gravedad del tumor y a las posibilidades de
sobrevida. Pero, si el paciente pregunta el por qué del grado
uno, dos, tres o cuatro, la respuesta que recibirá es: "Es
lo que le ha tocado en suerte"; es decir, si partimos de la
base de que una encarnación es una casualidad y todo lo que nos
sucede es producto del azar, el hecho de que el tumor sea de
grado uno, dos, tres o cuatro, no deja de ser una casualidad. Para la Antroposofía, en cambio, no es una
casualidad. Una persona, que enfrenta una enfermedad de estas
características y con su organismo no permite que el tumor
avance más allá del grado uno, significa que tiene una gran
posibilidad de defenderse. Cuando se habla de un tumor de grado
cuatro, evidentemente, la persona no tenía ya las defensas
necesarias, para enfrentarlo y es, por eso, que el tumor hará
estragos en muy poco tiempo El hecho de que el tumor sea de grado uno, dos, tres
o cuatro deberá ser explicado a la persona, mientras se elabora
una estrategia defensiva. Es necesario que sepa que, en un grado
uno, hay muchas cosas para hacer, muchos desencadenantes podrán
ser modificados, como por ejemplo, aspectos del propio carácter,
la alimentación, la respiración, la autoestima o la capacidad
de perdonar; evidentemente, habrá muchos elementos para hacer
frente a esa prueba por la que se está pasando Esta situación es completamente distinta del caso
de un tumor de grado cuatro, en donde el organismo ya nada puede
hacer, donde hay que trabajar con la persona el significado de
esta eventualidad. Muchas veces, sucede que esta persona, frente
a esta situación, ante la cual no hay salida, comienza a tener
otra actitud frente a http://www.holistica2000.com.ar/Antrocolumna.htm Steiner,
R, Wegman, I. “Fundamentos
para una ampliación del arte de curar” Editorial
Epidauro, Buenos Aires, 1985. Huseman,F.,
Wolf, O. “La imagen del
hombre como base
del arte de curar”, Editorial Epidauro, Buenos Aires,
1998. Dr. Bernardo Kaliks “LO QUE
ES LA MEDICINA ANTROPOSÓFICA” Articulo publicado en la
Revista ARS CVRANDI - Octubre/90) Dyson-Hollmann
“Medicina Antroposófica”
Roberto Crottogini “Medicina
de Orientación Antroposófica”
Instituto para
la formación en medicina y terapias Antroposóficas
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