Jardín de Infantes Waldorf

Hermosa Canción del Sol

(Suaty-Pcuaoa)

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Medicina Antroposófica  

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Medicina Antroposófíca

IFMA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En el momento del nacimiento surge una característica básica del ser como es la respiración. Por éste mismo hecho poco a poco se va imprimiendo la cualidad anímica del sentimiento a través del ritmo. Éste sentimiento va gradualmente determinando ciertas inclinaciones y tendencias de búsquedas y hallazgos. Cuando se toma como modelo al propio hombre, del mismo surge la necesidad de profundizar en su comportamiento, en sus ideales, en su origen, en todo lo que implica el mundo de relación para consigo mismo y todo lo que le rodea. Esta es la ANTROPOSOFÍA. Búsquedas y hallazgos sobre la esencia del hombre individual, y social con contenidos y certezas anímicos y espirituales de refrendación cotidiana.

Esto le aporta al buscador una percepción sensoria por la que se abre paso, a través del alma humana, hacia el mundo espiritual.

La ha definido su creador, RUDOLF STEINER (1861-1925), como “un sendero de conocimiento que quisiera conducir lo espiritual en el ser humano a lo espiritual en el universo”. Es una ciencia de lo espiritual con su propia epistemología que abarca el mundo de los fenómenos sensorios detrás de lo visible tangible, reconociendo un panorama mucho más amplio de vida, de realidad, ampliando sin límites nuestra relación con nuestros hermanos, con la naturaleza, con el universo.

La antroposofía aplica a prácticamente todas las áreas de la vida. Algunas de éstas son un poco más conocidas que otras, como la pedagogía Waldorf, la agricultura biodinámica y la medicina antroposófica. En todas ha habido una revolución conceptual por la incorporación de elementos prácticos anímicos y artísticos de primer orden, además de la forma tan particular como se entrelazan, relacionan e interactúan. Otras menos conocidas pero no menos importantes son la euritmia, la pedagogía curativa, la arquitectura antroposófica, la triformación social, los bancos sociales o banca alternativa, el masaje rítmico, la terapia biográfica, entre otras.

La MEDICINA ANTROPOSÓFICA es una extensión de la medicina científica y como tal incluye métodos antroposóficos de investigación. El objetivo de la medicina antroposófica es considerar al ser humano como una entidad completa en el arte de la curación. Es sin pretensiones, el verdadero arte de curar.

 

Al evaluar la salud, la enfermedad y la curación, el médico antroposófico basa sus conclusiones no sólo en las leyes físicas de la medicina científica natural, sino que también tiene en cuenta aquellos aspectos que la ciencia natural no puede abarcar por presuponer relaciones naturales estrictamente racionales, es decir, de alguna manera haber perdido la capacidad atávica de observación que tenía la medicina en sus orígenes, en la medicina de los humores. Conservando y rescatando ésta sensible forma de ver el mundo, la naturaleza y el hombre, afinando procesos de observación, tenemos cuatro estructuras esenciales que constituyen la entidad humana:

1. Cuerpo Físico: mineral, substancial, existente en diversas formas, en todos los reinos de la naturaleza. Es lo que vemos y tocamos en cada uno de nosotros. Es la relación con el Reino Mineral o elemento Tierra de nuestra naturaleza.

2. Cuerpo Vital o Etérico: fundamento de la vida, con características puramente vegetativas, crecimiento, regeneración y reproducción. Existe en todos os organismos vivos. Es la organización vital, que ordena los fenómenos físicos como fenómenos vivientes. Si no existiese éste cuerpo, los seres vivos no incorporarías sus formas características. Mantiene en los seres vivos la imagen del Reino Vegetal en la naturaleza. Vehículo de la circulación energética, que compenetra el organismos físico, aportándole vida y forma, esta relacionado con la cualidad del Agua, y se expresa en la dinámica de los fluidos del cuerpo físico.

3. Cuerpo Anímico o Astral: Es el fundamento de la organización instintiva en el hombre y los seres vivos; permite no sólo las características de sobre vivencia individual que le otorga el cuerpo Etérico, sino de supervivencia generando procesos de mantenimiento y relación de especie. Es vehículo de la vida anímica, expresada en la triformación del pensar, sentir y querer. Se ve relacionado con la cualidad del Aire.

4. Organización para el Yo: Es la organización propia del hombre que lo distingue y diferencia de los demás seres, aportándole autoconciencia y es la encargada de reagrupar las actuaciones de los otros tres cuerpos, surgiendo así el andar erecto y las capacidades de hablar y pensar. Es portador del núcleo espiritual individual de cada ser humano. Se expresa en el calor, y se ve relacionado con la cualidad del elemento Fuego.

Estas cuatro organizaciones se agrupan recíprocamente en tres formas diferentes en el organismo humano, surgiendo así una estructura funcional y anatómica de constitución triple:

1. Sistema Neurosensorial: Abarca los procesos estáticos y rígidos en el cuerpo físico, es decir el sistema óseo y articular, además del sistema nervioso central y periférico. El está al servicio de la conciencia. Está relacionado con la cualidad anímica del pensar.

2. Sistema Rítmico: Abarca los procesos dinámicos y fluidos en el cuerpo físico asociados con el sistema cardiovascular, sanguíneo y linfático. Aporta elementos de relación para con la naturaleza. Está relacionado con la cualidad anímica del sentir.

3. Sistema Metabólico Motor: Abarca los procesos metabólicos y locomotores asociados al sistema digestivo y muscular. Está relacionado con la cualidad anímica de la voluntad.

La diferencia esencial entre estos tres sistemas reside en que la actividad del sistema nervioso, concentrada en la cabeza, tiene su centro en un punto, mientras que el sistema metabólico posee una calidad más extendida y periférica. Las células nerviosas son altamente especializadas y mueren continuamente, mientras que las células situadas en el polo metabólico tienden a conservar una capacidad activa y regenerativa.

El polo de los nervios y sentidos, también, puede describirse como el polo frío que siempre está en reposo, mientras que el metabolismo se acompaña con calor y movimiento.

Steiner destacó lo que él llamaba "el proceso de muerte continua de las células nerviosas", refiriéndose a que el estado de conciencia surge como resultado de la continua liberación de vida orgánica a partir de la materia.

Esta polaridad es la base antroposófica tanto de la fisiología como de la patología, y proporciona una clasificación fundamental de las enfermedades: por una parte, aquellas en las que existe una actividad excesiva del polo metabólico (condiciones inflamatorias); y por otra, aquellas en donde hay una preponderancia del polo nervioso-sensorial (condiciones degenerativas y tumores).

La sangre se mueve continuamente entre estos dos polos del organismo humano. Las corrientes frías y cálidas se reúnen en el corazón, que actúa como órgano sensorial donde se manifiestan los sutiles mecanismos dinámicos del pensamiento y de la voluntad.

Gracias a esta representación del cuerpo humano podemos llegar a una nueva comprensión de la interrelación que existe entre el espíritu, el alma y el cuerpo. Tanto el cuerpo humano como las plantas tienen una naturaleza triple.

Desde el punto de vista de la medicina y la nutrición, la relación entre las plantas y el cuerpo humano es inversa. Las fuerzas frescas de la cabeza corresponden a las raíces de la planta, las fuerzas calientes del metabolismo corresponden a la flor y las hojas al sistema rítmico del hombre.

 

El enfoque antroposófico de las enfermedades y su curación

Si sabemos que sólo alcanzamos el conocimiento consciente mediante un proceso continuo de muerte dentro de nuestro cuerpo físico, que nuestra vida sensorial tiende siempre a producir enfermedades, y si al mismo tiempo consideramos al ser humano como un ser dotado de espíritu además de cuerpo y alma, que realiza un proceso continuo de perfeccionamiento y evolución, resulta imposible aspirar a una vida totalmente libre de enfermedades. Aunque el médico antroposófico se esfuerza siempre por curar la enfermedad, dicha curación nunca puede ser la mera eliminación de la enfermedad. La propia enfermedad es considerada un proceso a través del cual el individuo puede conseguir una mayor libertad y entereza, y la tarea del médico consiste en orientar dicho proceso de la manera más fructífera posible, conservando la vida del cuerpo, si es posible; si bien la evolución no termina con la muerte (los frutos de la vida terrenal se cosechan y se recogen después de la muerte, transformándose en semillas para una vida futura sobre la tierra).

Al relacionarse con su paciente, el médico antroposófico aprende a aceptar, vital y profesionalmente, tales creencias como parte de las realidades de esta vida, ya que también nuestras enfermedades están relacionadas con todas las circunstancias de nuestra vida y las de otras personas, que nos llegan del pasado y que, a través del presente, alcanzan el futuro. Mediante nuestros pensamientos experimentamos aquello que tuvo lugar en el pasado, y con nuestra voluntad creamos el futuro. A través de nuestros sentimientos adquirimos conciencia de nosotros mismos en relación con la realidad presente y futura. Resulta muy provechoso considerar, desde esta perspectiva, cualquier enfermedad.

 

Medicamentos de la medicina de orientación antroposófica

Un nuevo concepto para la creación de medicamentos, totalmente independiente de los tres métodos precedentes, es el introducido por Rudolf Steiner. Se basa en la imagen amplia del ser humano que resulta de la investigación científico - espiritual de la Antroposofía

Una de las nociones fundamentales de la ciencia espiritual antroposófica nos revela que el hombre y la naturaleza pasaron por una evolución común, claramente visible, y que, por tal razón, existe un parentesco esencial y reconocible entre el ser humano y los reinos de la naturaleza. En el curso de la evolución conducente a la existencia humana, el antecesor del hombre ha desprendido de sí mismo, paso a paso, los reinos de la naturaleza. El conocimiento de este hecho pertenece al patrimonio más remoto de la humanidad, como lo evidencian las mitologías de todos los pueblos, y como también lo encontramos en los conceptos de Goethe, Oken, Carus y otros. Por la investigación de Rudolf Steiner se fundamentó este conocimiento de una manera moderna. Podemos estudiar la esencia de un vegetal, un animal o un mineral del mismo modo que la de un ser humano, procediendo de tal manera que, a través de sus manifestaciones, cualidades, etc., penetramos hasta el contenido espiritual subyacente en todo acontecer material. No existe materia alguna, y mucho menos substancia viva, sin espiritual intrínseca; ésta, a su vez, se halla diferenciada exactamente del mismo modo como la materia.

"Hemos de ir más allá del mero probar y experimentar que se practican para conocer las propiedades curativas de una substancia o de una preparación. Hay que comprender al organismo humano, según las condiciones de equilibrio de sus órganos, y hay que comprender la naturaleza, según las fuerzas inmanentes del crecimiento y la desintegración. Así , el arte de curar será algo que se basa en la comprensión y donde se emplea un medicamento no simplemente porque la estadística nos dice que, en tantos y tantos casos, ha sido eficaz, sino que la comprensión del ser humano y de la naturaleza nos enseña cómo, en el caso particular, será posible transformar el fenómeno natural dentro de una substancia natural en fuerza curativa para el órgano humano con respecto a las fuerzas anabólicas y catabólicas." (Rudolf Steiner)

Si estudiamos la naturaleza de esta manera, se nos revelarán relaciones entre determinados vegetales, minerales o metales, por una parte, y órganos y procesos humanos, por la otra; y, entonces, podremos preguntar, por ejemplo ¿cómo se explica que de un óvulo surjan órganos tan distintos? Es que la diferenciación se basa en impulsos diferentes, fuerzas activas suprasensibles que, también, se reconocen en la naturaleza. Son fuerzas que actúan en la esfera de la vida y que se denominan fuerzas formativas etéreas; tienen afinidad con las fuerzas de "índole espiritual" de Hahnemann. Cuando obran en el ser humano, se va formando un órgano; cuando actúan en la naturaleza surge un vegetal, un metal, un mineral. Ciertas relaciones eran conocidas en tiempos remotos y hasta la Edad Media : así, por ejemplo, la vinculación entre el oro y el corazón; entre el hierro y la vesícula biliar; pero también entre vegetales y órganos humanos, como la existente entre el diente de león y el hígado, etc.

Estos conocimientos se han perdido y, sólo, volverán a encontrarse de una manera nueva. Las relaciones encuentran su explicación en la historia de la evolución, ya que los órganos y las plantas o substancias correlacionadas se formaron en la misma época. Si bien el hombre se ha emancipado de la naturaleza, debido al proceso de individualización, mantiene, sin embargo, su parentesco con ella en condiciones bien visibles; como el microcosmos es una reproducción del macrocosmos.

En virtud del conocimiento de las fuerzas etéreas de la naturaleza y la relación correspondiente entre los procesos del cuerpo y los de la naturaleza, o bien, entre órganos humanos y substancias externas, es posible obtener efectos e éstas sobre aquéllos. De la misma manera es posible estimular los procesos vitales o curativos dentro del mismo organismo. En un órgano enfermo pueden activarse los procesos etéreos formativos, mediante las fuerzas activas de la naturaleza, como por ejemplo, las de una planta. Se sobreentiende que, al hablar de tales relaciones entre la naturaleza y el ser humano, sólo se hace referencia a substancias naturales; las sintéticas, si bien pueden ejercer un efecto muy intenso, no guardan aquella íntima relación, aquel parentesco con un organismo, con el ser humano. Es por esta razón que sus efectos, principalmente en cuanto a su amplitud (efectos secundarios) y profundidad (efectos tardíos), no pueden preestablecerse, sino únicamente constatarse a posteriori; por la misma razón, sólo es posible determinar sus efectos por medio del experimento en animales. Sin embargo, los resultados de tales experimentos no son, en principio, aplicables al hombre, sino cuando más en relación con ciertos síntomas.

Los medicamentos que corresponden a la relación entre la naturaleza y el hombre activan procesos fundamentales del organismo humano o de determinados órganos; actúan, no contra una inflamación, ciertas bacterias, etc., sino que influyen sobre un órgano o bien sobre la totalidad del organismo en cuanto a su función arquetípica. Un efecto semejante no resulta comprensible si se mira exclusivamente el órgano aislado, sino que surge de la consideración de todo el organismo.

Del mismo modo tampoco se comprenderá realmente el efecto de un vegetal, a través de una substancia activa elaborada, quizás en forma complicada, sino únicamente a través de la aproximación a la esencia de ese vegetal, esencia que por cierto encuentra su expresión hasta en la misma substancia.

La planta en sí es una unidad, un organismo; cada célula y cada parte de la substancia han sido formadas por este organismo y lo representan. Una substancia aislada ya no puede ser expresión de la totalidad, de lo esencial de una planta, pero sí lo puede ser un extracto correctamente elaborado, una "esencia" que aún contiene la naturaleza como tal, como ya se explicara anteriormente.

Empero, un medicamento tampoco se obtiene mediante la simple adición de dos o más substancias diferentes, pues es mucho más que la suma de substancias activas; es, en cambio, un organismo, una obra de arte; el farmacéutico lo debe conservar tal como la naturaleza lo ha creado, pero también puede completarlo mediante medidas apropiadas. En su preparación, hay que partir de la unidad orgánica, no de las "componentes".

Nuevos caminos en la preparación de los medicamentos

A los procedimientos farmacéuticos conocidos en la actualidad, como por ejemplo la extracción, la decocción, etc., se suman diversos métodos destinados a liberar las substancias primarias (minerales, vegetales, órganos o substancias animales tóxicas), hacer utilizables sus fuerzas y acercarlas a los procesos del organismo humano. Los procedimientos que sólo cuentan con los procesos materiales de la "concentración" o "aislamiento” de las substancias activas" pueden complementarse mediante métodos que se orientan hacia la dinámica y las fuerzas activas de un vegetal.

Desde tiempos antiguos se utilizan distintos niveles de calor para liberar las fuerzas curativas de los vegetales. Así, por ejemplo, resultará favorable una extracción en frío (maceración) cuando se trata de plantas frescas; las raíces secas y las cortezas, en cambio, requieren la decocción. Pero lo importante no son sólo las substancias que "componen" la planta y el "rendimiento" a obtener, sino que, según la manera de hacer la preparación, se logrará el efecto específico correspondiente a los sistemas de órganos del ser humano. Esto se consigue principalmente mediante procesos térmicos más pronunciados, tales como el tostar, incinerar y carbonizar. En realidad, se trata de procesos alquímicos sólo comprensibles si se tienen en cuenta los fundamentos trascendentes. La ceniza, por ejemplo, no es simplemente una combinación de distintas sales, sino un conjunto se substancias que han pasado por un determinado proceso. La respiración constituye el proceso correlativo en el organismo humano; en ella tiene lugar algo parecido a una combustión y es por ello que, mediante una preparación cinérea, se puede actuar sobre los procesos respectivos en el organismo humano, principalmente, el sistema respiratorio y los pulmones.

De tal manera los distintos procesos térmicos permiten emplear adecuadamente las preparaciones vegetales con relación a las funciones orgánicas correspondientes.

Uno de los procedimientos farmacéuticos, basados en las indicaciones dadas por Rudolf Steiner, consiste en la transformación de un mineral o un metal a través de los cultivos de plantas. En ellos se emplean abonos de sales de los respectivos metales y, más tarde, se procede a transformar en abono la planta de tal cultivo. Así no sólo se logra activar los metales, esto es acercarlos a los procesos vitales, sino que ello también permite emplearlos como "metales vegetabilizados" para los órganos que guardan relación con la planta respectiva. Entre las especialidades de esta índole figuran: Ferrum per Urticam, Stannum per Cichorium, etc. La selección de las plantas a usar, también, se sujeta a su relación específica con el metal respectivo.

La ortiga posee un porcentaje relativamente grande de hierro; pero esto no es .lo decisivo. Mucho más importante es la función que tiene que cumplir la substancia dentro de la planta. Podría tratarse, por ejemplo, de un sedimento o sea de substancia agregada, sin valor alguno para el metabolismo o para el uso terapéutico. Para averiguarlo se requiere un estudio de la esencia de la planta en cuestión. Entonces, se verá que la ortiga, efectivamente, tiene la capacidad de valerse del hierro de una manera particularmente ?hábil?: no sólo lo incorpora substancialmente, sino que lo lleva a un estado apropiado a sus impulsos ya que es una planta totalmente modelada por la naturaleza del hierro; así se explica su carácter ardiente y agresivo, expresión del impulso marcial Marte-Hierro.

El hierro cumple muchas funciones en el organismo humano; una de ellas se refiere a la parte anabólica o formativa: para activarla se puede emplear el preparado Ferrum per Urticam. Sabido es que las distintas sales del hierro dan resultados muy diversos; cuanto más activo y transformado se halla el hierro, tanto más fácil lo asimila el organismo. No se trata simplemente del hierro como substancia, sino ante todo de la capacidad del organismo de valerse de él. En este sentido, la ortiga es de gran ayuda. Si ha sido cultivada con el agregado del hierro, precisamente se estimula en el organismo humano la capacidad de asimilarlo. Lo que importa, pues, no es el suministro material de hierro, sino el estímulo, la dinámica en el empleo de la substancia.

Pero también el proceso formativo de la vesícula biliar depende en gran parte del hierro. Pues bien ¿cómo se puede "ordenar" al hierro que no se oriente hacia la función anabólica, sino hacia el proceso biliar? Esto se logra mediante la planta medicinal, la cual a su vez se vincula con la bilis, como por ejemplo el Chelidonium. Cultivándola adecuadamente con empleo del hierro, la fuerza de éste se orientará hacia el proceso formativo de la vesícula biliar. La especialidad medicinal respectiva es: Ferrum per Chelidonium.

El proceso formativo del hígado depende de un modo peculiar de las fuerzas del estaño, si bien éstas pueden actuar de diversas maneras. También en este caso es posible dirigirlas mediante una planta medicinal: el Diente de León. Esta planta tiene gran influencia sobre aquel proceso y el efecto será más favorable si, en su cultivo, se emplea el estaño. La especialidad medicinal correspondiente es Stannum per Taraxacum.

Sobre la etapa "posterior" de los procesos hepáticos se puede influir mediante la Achicoria, cuyo ciclo vegetativo, a diferencia del ciclo del Diente de León, culmina hacia el otoño; sus flores son amarillas en lugar de azules. Tales "signos" tienen su importancia, pero es cuestión de desarrollar las facultades para saber interpretarlos. Juzgar por analogía diciendo, por ejemplo, que las hojas en forma de corazón son lo indicado para el corazón y las reniformes para los riñones, etc., sólo evidenciaría una falta absoluta de discernimiento. Antes bien, se trata de guiarse por esos fenómenos a fin de formarse una imagen de la naturaleza de la planta en cuestión y de encontrar su relación con el organismo humano. De esta manera, empleando la especialidad medicinal respectiva: Stannum per Cichorium, es posible estimular, no tanto las fuerzas anabólicas, sino más bien el proceso de secreción hepática.

En muchos casos, aunque no siempre, la medicina de orientación antroposófica suele emplear la dinamización en el sentido de lo indicado por Hahnemann. El hecho de que esta última no se emplea en la farmacéutica corriente de nuestros días, se explica porque se suele pensar en términos de la química, lo que no permite comprender la eficacia de métodos diferentes.

Si la medicina actual rechaza el empleo de los medicamentos elaborados por alta dinamización, los cuales, eventualmente ni una molécula de la substancia primaria, lo hace debido al prejuicio de que algo que no sea substancia material no puede producir efecto alguno. Es que el concepto actual de substancia no permite comprender el fenómeno de la dinamización porque no ve la relación concreta entre el espíritu y la materia. Si bien se justifica que el hombre moderno quiera comprender lo que hace, su modo de actuar no debería limitarse por las posibilidades individuales de comprensión. Antes bien, el hombre moderno, principalmente el investigador, debería formarse sus conceptos en concordancia con la realidad.

Por medio de experiencias relativamente sencillas es posible convencerse del resultado, a veces sorprendente, de remedios de alta dinamización. Semejantes resultados, perdurables en la mayoría de los casos, vale decir de curación efectiva, no se pueden lograr mediante ningún otro medicamento o procedimiento. Es un aspecto trágico de la medicina actual que ella, en forma consciente y total, rechaza la aplicación de estos medicamentos en detrimento del enfermo.

Sin duda es absolutamente necesario que estos medicamentos se empleen mediante la indicación correcta; de otro modo, no darán ningún resultado, lo que, en el fondo, es válido para todos los medicamentos. El efecto será tanto más evidente, como asimismo más rápido, cuanto más exacta sea la relación correspondiente. El organismo será entonces directamente receptivo o específicamente sensitivo para con el medicamento. Pero en ello también reside la dificultad de la correcta aplicación, la que deberá hacerse en concordancia con el cuadro terapéutico homeopático o la imagen esencial que se obtiene a través del estudio científico - espiritual. Naturalmente, si un medicamento de relación específica con el organismo femenino, especialmente durante el climaterio, se "prueba" (como se ha hecho) en hombres jóvenes, es fácil "demostrar" su ineficacia. Esta "prueba", bastante parcial de un medicamento homeopático, muestra el prejuicio con que se tocan estos problemas, en la creencia de que todo puede juzgarse desde el propio punto de vista; pero, en realidad, se trata de un grotesco desacierto de un investigador calificado en su propia especialidad.

La Medicina de Orientación Antroposófica conduce a una ampliación del arte de curar con inclusión de todo lo ya existente y empleándolo sobre la base del conocimiento de su relación con el ser humano pero también renunciando a esto o aquello, precisamente debido al mismo conocimiento. Empero, la indicación y la aplicación de un medicamento se dan, no por similitud del efecto de la substancia con el cuadro patológico, como en la homeopatía, sino en base a la imagen esencial que resulta del estudio de la substancia y del vegetal, así como del proceso patológico.

LA BIOGRAFÍA HUMANA

En una biografía, este desarrollo de los septenios guarda estrecha relación con la transformación de los cuerpos constitutivos del hombre. De esta manera, estas transformaciones darán origen a las sucesivas etapas biográficas o septenios.

Sobre estos cuatro cuerpos se desarrollan los septenios o la biografía humana.

 Clasificación de los septenios

Básicamente, podemos hacer una tri-estructuración:

Septenios del cuerpo

Del nacimiento hasta los 21 años

Septenios del alma

Desde los 21 años hasta los 42 años

Septenios del espíritu

Desde los 42 años hasta los 63 años

 

Las posibles clasificaciones de las distintas edades de la vida son muchas: en decenios, en septenios; la diferencia radica que, en la Antroposofía, estos tiempos no están dados arbitrariamente. El tiempo, que demoran los miembros esenciales en hacer su metamorfosis, es lo que determina esta clasificación en septenios. Aproximadamente, cada siete años se produce la transformación de cada uno de los cuerpos que componen al hombre.

 

Así como los chinos dicen: “Aprender, luchar y ser sabio”; en Antroposofía, se habla de:

 

     maduración física,

     maduración anímica y

     maduración espiritual.

 

Esto quiere decir que se emplean veintiún años en consolidar la estructura del cuerpo físico.

Los primeros tres septenios se llaman septenios del cuerpo, durante los cuales se producen la mayor cantidad de cambios y dan la fisonomía correspondiente a esta etapa. Desde la perspectiva de la organización del cuerpo, del crecimiento de los órganos, hasta los veintiún años, podemos decir que:

 

Primer Septenio

Desde el nacimiento a 7 años

Cuerpo Físico

Septenios del Cuerpo

Segundo Septenio

Desde 7 años hasta 14 años

Cuerpo Etérico

 

Tercer Septenio

Desde 14 años hasta 21 años

Cuerpo Astral

 

Alrededor de esta edad, el cuerpo deja ya de crecer y comienza una transformación de lo que llamamos el alma, el mundo interior. A los 21 años, se produce el nacimiento del Yo y el cuerpo astral es donde se expresa el Yo. Un niño recién nacido no tiene conciencia, tiene conciencia cósmica. El Yo no está totalmente presente; a medida que el niño crece, el Yo se acerca cada vez más.

El septenio central, que transcurre entre los 28 y los 35 años, es el período donde el Yo está más cerca de la organización física, período denominado alma racional. Aquí, el Yo se refleja con mayor fuerza en la personalidad. La persona privilegia el pensamiento y trae, también, el reflejo de la individualidad; puede ser el momento de mayor orgullo, de máxima ambición y soberbia.

En el septenio de la maduración física, desde el nacimiento a los 21 años, el individuo conoce o empieza a conocer la vida; en el septenio de la maduración anímica, de 21 a 42 años, el individuo acepta la vida y, en el tercer ciclo, el septenio de la maduración espiritual, de 42 a 63 años, recapitula sobre lo vivido. Teóricamente, esto es lo que va sucediendo, cuando no hay alteraciones en los procesos. 

Septenios del Cuerpo
Primer septenio, desde el nacimiento hasta los 7 años

Cuando es concebido, el hombre como embrión, aún no está organizado, no está constituido por los cuatro cuerpos. En el seno materno, ya es físicamente visible; esto es posible gracias a la ecografía. La madre aporta vitalidad y, a medida que se alimenta, forma sustancia viviente. Esto es un milagro, nadie puede hacerlo como quiere y, así, decimos que la vida no es nuestra sino que recibimos vida.

Tanto el embrión como el niño recién nacido no tienen conciencia; el recién nacido no sabe quién es. En el nacimiento, el hombre no sólo es muy parecido a un animalito sino que es mucho más débil que cualesquiera de los animales de la creación. Los estudios nos muestran que, desde el momento del nacimiento hasta la manifestación del Yo, el hombre podría funcionar como un animal porque posee sólo tres cuerpos: cuerpo físico, cuerpo etérico y cuerpo astral. Físicamente, el Yo demora más o menos un año en manifestarse. El hombre sostiene su cabeza a los tres meses; se sienta, a los seis meses; se pone de pie, a los nueve meses y camina, a los doce meses; ésta es la influencia del Yo. Poder caminar significa que la columna vertebral del hombre se yergue como consecuencia de la acción del Yo. Merced a su propio Yo, el hombre puede erguirse y comenzar el trabajo de sostenerse.

Como hemos visto, los cuerpos constitutivos del ser humano no están totalmente formados ni están todos presentes en el momento de nacimiento. Así, describimos la vida de siete en siete años, ya que éste es el tiempo que necesitan los cuerpos para madurar. Por lo tanto, cada siete años se producen crisis que generan cambios importantes.

Nuestro primer planteo es determinar qué pasó en los tres primeros septenios y cómo ellos se reflejarán en el resto de nuestras vidas. Las experiencias por las que atraviesa un ser humano en las primeras etapas de su vida se reflejarán en los últimos años de la misma. Lo importante de este planteo es descubrir los procesos de enfermedad o las situaciones problemáticas que surgen, determinar cuáles son sus raíces y tratar de analizar estas cuestiones desde otros puntos de vista, más allá de un enfoque estrictamente psicológico.

Después de nueve meses de embarazo, el niño no está totalmente formado; son necesarios, aproximadamente, treinta y tres meses para hablar de una evolución mínima completa. En ese tiempo culmina la formación del sistema nervioso. Todo lo que es normal para un niño antes de los dos años resulta patológico en el adulto: sus reflejos, la circulación sanguínea; todo esto necesita una transformación.

En los primeros siete años, el niño conforma y consolida su cuerpo físico; a partir de ahora, su cuerpo físico está completo. Éste es, además, el septenio durante el cual aparecen las enfermedades infantiles. El niño, al nacer, trae el cuerpo vital de la madre, al cual quemará con las altas temperaturas de las enfermedades infantiles. La fiebre que se manifiesta, en estos primeros años de vida, no tiene nada que ver con la fiebre que se desarrolla en los otros períodos de la vida.

Las enfermedades infantiles tienen el propósito de que el niño desarrolle su propio cuerpo vital, a partir de los siete años, abandonando el cuerpo vital donado por su madre. Esto es el principio de su proceso de individualización. Por lo tanto, es importante no interrumpir estas enfermedades cuando aparecen.

Entonces, a los siete años se produce una transformación muy importante: el niño ha completado la formación de sus órganos; la formación de su cuerpo. A partir de ahora, las fuerzas que estaban dedicadas al crecimiento se liberan, transformándose en fuerzas del pensamiento; es decir, las fuerzas vitales que ayudaron al crecimiento formarán la conciencia del niño y, desde este momento, podrá pensar. Por esta razón, es muy importante no interrumpir la evolución física del niño aplicando estas fuerzas del crecimiento al pensar. 

Septenios del Cuerpo
Segundo septenio, desde los 7 a los 14 años

Desde los siete a los catorce años, se desarrolla el septenio del cuerpo vital. Este nuevo nacimiento, invisible para nosotros, está señalado por dos hechos fundamentales:

      se completa el proceso de cambio de dientes.

      el sistema nervioso ya está conformado.

A partir de los siete años, el niño está más despierto al mundo, ya ha desarrollado su capacidad de aprendizaje y, así, podrá iniciar su vida escolar. Esto es posible porque las fuerzas formadoras del cuerpo vital o cuerpo etérico se liberan de la tarea de configurar órganos y sistemas, correspondientes al cuerpo físico, y se transforman en fuerzas de pensamiento

El cuerpo vital es la base del temperamento, razón por la cual el segundo septenio se caracteriza, también, por la manifestación de los temperamentos. Son cuatro los temperamentos, a saber:

      temperamento melancólico, con preponderancia del cuerpo físico, se expresa en el predominio de los órganos de los sentidos, tendiendo a los sabores ácidos.

      temperamento flemático, con preponderancia del cuerpo etérico, se expresa en el predominio del sistema glandular, tendiendo a los sabores salados.

   temperamento sanguíneo, con preponderancia del cuerpo astral, se expresa en el predominio del sistema nervioso, tendiendo a los sabores dulces.

   temperamento colérico, con preponderancia del Yo, se expresa en el predominio del sistema sanguíneo, tendiendo a los sabores amargos.

El temperamento es una cuestión de destino; es decir, el hombre, a lo largo de su biografía, deberá trabajar su temperamento. Cada ser humano tiene, en su interior, los cuatro temperamentos, predominando, en él, uno de ellos. En el suceder de la vida y con el trabajo del Yo, debiera lograrse la armonía de los cuatro temperamentos.

Durante el desarrollo de este septenio, el niño tiene la posibilidad de adquirir hábitos, no sólo los hábitos de comer, dormir, sino también hábitos de conducta, como: no criticar, respetar a los otros, saber perdonar. Por lo tanto, la labor de los educadores, no sólo la de los maestros sino también la de los padres, adquiere fundamental importancia. 

Septenios del Cuerpo
Tercer septenio, desde los 14 a los 21 años

A los catorce años ha terminado la escolaridad primaria y se prepara para ingresar en uno de los septenios más dramáticos que tendrá que vivir: el tercer septenio, que transcurre entre los catorce y los veintiún años.

A partir de los catorce años, aparecen las formas corporales características y determinantes de ambos sexos: la menstruación, en las niñas; la aparición del vello; el cambio de voz, en los varones. Algunos hablan de bisexualidad otros de asexualidad; se diría que los sexos se confunden, estableciéndose amistades muy profundas e íntimas entres seres del mismo sexo. Es una etapa durante la cual no hay una clara discriminación sexual.

En el embrión, hasta los dos meses de gestación, están los esbozos genitales del hombre y de la mujer; luego, uno de los sexos se atrofia, desarrollándose el restante. Por lo tanto, venimos de un mundo espiritual en el cual no hay diferenciación sexual. Lo sexual aparece después, en el plano físico. Las fuerzas espirituales son las que promueven el funcionamiento glandular con la secreción hormonal, determinando que ese ser, que ha encarnado, sea hombre o mujer. Por consiguiente, un ser humano, por el hecho de ser mujer, segregará hormonas femeninas y su condición femenina guarda una estrecha relación con las experiencias a desarrollar en su vida terrenal. El código genético es el resultado del plan que se trae del mundo espiritual, tiene relación con el Yo, con la individualidad, y no con el cuerpo físico. Es el resultado del destino del ser.

 

Durante este septenio tan difícil, se desarrolla el cuerpo astral o cuerpo de sensaciones; es decir, el ser humano comienza a tener nuevos sentimiento y sensaciones. Básicamente, comienza el aprendizaje para quererse o para distinguirse a sí mismo. El joven se encuentra inmerso en un mar de sensaciones y, así, frente al mundo, actuará según su gusto o disgusto; es decir, aparecen las polaridades. El joven de esta edad vive el deseo.

 

A partir de los veintiún años, esta situación se modifica porque nos acercamos al nacimiento del Yo.  

Septenios del Alma
Desde los 21 hasta los 42 años

A partir de los veintiún años, nos acercamos al nacimiento del Yo. Todo este proceso conduce a separar al joven de la madre.

A través de las distintas etapas de la vida del niño, la madre lo siente de diferente manera. La madre percibe al niño y ese estar percibiéndolo es una conexión vital. A los siete años, cuando nace el cuerpo vital del niño, la madre va desconectándose un poco del niño, proceso necesario para su desarrollo y crecimiento. A los catorce años, surge el cuerpo anímico del niño y, a partir de este momento, la madre percibe a su hijo de una manera diferente; hasta puede dudar de si ese ser es verdaderamente su hijo. Esta sensación se acrecienta al llegar a los veintiún años, cuando la madre puede sentir que desconoce totalmente al joven que tiene a su lado. Cuando la madre dice conocer mucho a su hijo; en realidad, sólo conoce al embrión de ese ser, conoce los pasos previos necesarios para que ese ser llegue a ser la individualidad que ahora es con sus veintiún años. A partir de este momento, podremos observar quién es en verdad la persona que comienza a manifestarse, un personaje que la madre aún no conoce. Los padres, como constituyentes del medio que rodea al niño, influyen pero no pueden conocer los impulsos que recién aparecen a los veintiún años. Esto es lo nuevo para cada uno de ellos.

 

Alrededor de los veintiún años, muchos jóvenes sufren crisis violentas relativas a su propia identidad. Muchos jóvenes sienten que deben liberarse de las imágenes fuertes de su padre o su madre, para lo cual abandonan la casa paterna.

 

En este septenio, la mayoría de las personas inicia su carrera profesional, iniciando una etapa de experimentación, una etapa en la cual se adquieren experiencias de vida. Es una etapa de gran creatividad, de una gran satisfacción por vivir y probar todo aquello que fue aprendido, especialmente, en la fase anterior. El joven está “abierto” hacia su entorno, sus capacidades todavía son ilimitadas y, por lo tanto, todo es posible para él.

 

El desafío que debe enfrentar el joven, en esta etapa de su vida, es tratar de alcanzar el equilibrio interno, su seguridad interna, independientemente del medio que lo rodea.

 

Estos son los tres septenios centrales de la Biografía Humana , aquellos que corresponden a la conformación del alma. Pueden ser descriptos como los septenios de la vida anímica ya que, desde los veintiún años, el Yo se hace presente plenamente en la vida de nuestras sensaciones. El alma es nuestro mundo interno al cual sólo nosotros tenemos acceso.

Existen tres niveles en la conformación del alma que llamaremos

    Alma sensible, se desarrolla entre los veintiún y los veintiocho años;

      Alma racional, se desarrolla entre los veintiocho y los treinta y cinco años;

      Alma consciente, se desarrolla entre los treinta y cinco y los cuarenta y dos años.

Durante el septenio del alma sensible el ser humano comenzará a controlar su vida anímica; es el momento del autodominio. Aquellos juicios impregnados de simpatía o antipatía son tomados con mayor seguridad. El Yo aún no se constituyó en el centro del alma, pero el individuo quiere saber cómo son realmente las cosas, quiere aprender a conocer la vida y el mundo. Busca con empeño una posición en la vida, afirmarse en su trabajo o en su profesión, compartir sus días con alguien y, también, formar una familia. El joven percibe en sí una gran creatividad y satisfacción de vivir.

 

El septenio del alma racional es el centro de la biografía y durante el cual el pensar actúa de manera más intensa. Lentamente, el Yo se emancipa del alma, ha disminuido la violencia de los deseos y de los impulsos. Por lo general, el individuo se torna escéptico y le es muy difícil acceder a un pensar que no sea científico – racional. Modifica su relación con los otros, ya que terminada la juventud la vida se torna más seria.

 

Durante el septenio del alma consciente se desarrolla la autoconfianza, lo cual demanda un trabajo de la voluntad. Con este septenio culmina el proceso de maduración del alma humana. A partir de este momento, el individuo siente la exigencia de ser él mismo; no es ya el simple hecho de hacer y lograr lo correcto sino de hacer y lograr aquello que tenga valor.

 

En el plano físico suele producirse una disminución de la vitalidad y de la capacidad de trabajo; inconvenientes que pueden superarse con el aumento de la autoexigencia, lo cual tendrá un costo en el futuro. Es una etapa en la cual aparece frecuentemente la sensación de vacío; vacío que predispone al encuentro consigo mismo. Es un período de aceptación de sí mismo y de los otros, constituyendo un verdadero ejercicio para lograr la autoconfianza.

 

Septenios del Espíritu
Séptimo Septenio
Desde los 42 hasta los 49 años  

Este septenio, regido por Marte, es el septenio de la acción. Hemos llegado a los 42 años; comienza el desarrollo del espíritu. El hombre y la mujer se convierten en principiantes o aprendices, comenzando a recorrer el largo camino del despertar espiritual.

Esta etapa de la vida se caracteriza por la transformación consciente del Cuerpo Astral y no meramente por el hecho de "haber durado" una cantidad de años a partir del nacimiento físico.

Hay una gran diferencia entre el esfuerzo consciente individual que cada ser humano realiza, en un lapso aproximado de siete años, en beneficio de la transformación de uno de sus miembros esenciales, y la suposición de que cada siete años ocurren o "deben ocurrir" determinados fenómenos en la vida de un individuo.

Si el hombre o la mujer, que se aproximan a esta etapa clave para el desarrollo de sus potencialidades espirituales, no hacen esta transformación sufrirán una gran falencia.

Nos encontramos con que el individuo debe reconocer el comienzo de la declinación físico–biológica, lo cual se puede presentar de distintas maneras:

Mayor desgaste físico.

Aumento del cansancio frente a los mismos esfuerzos.

Aumento de peso, ya que no es posible controlarlo como ocurría con anterioridad.

Posibilidad de una incipiente caída del cabello.

Notoria disminución de la visión. Pérdida de la memoria.

Decaimiento de las fuerzas vitales.

Desequilibrios hormonales.

Tendencia a la sequedad de la piel; por lo tanto, aparecen las arrugas;
Un elemento infaltable en este período es la sensación de vacío que acompaña a todas estas manifestaciones físicas y anímicas. Este vacío, que puede ser vivido como soledad, trata de compensarse con gratificaciones buscadas en el mundo exterior (viajes, cambio de automóvil, de casa y, con frecuencia, cambio de pareja).

 

No obstante el esfuerzo desmedido para sobreponerse a la disminución de las fuerzas vitales, detrás de este proceso de negación siempre está latente la posibilidad de la depresión / cáncer o de la hiperexcitabilidad / infarto, supeditada al destino individual de la persona. Y así, una concepción puramente materialista de la vida tornará al hombre o a la mujer en esclavos de la casualidad, el azar, la buena o la mala suerte. Sin embargo, cualquiera sea el concepto de vida que se tenga, a partir del séptimo septenio el mundo espiritual comenzará a llamar a la puerta y cada vez lo hará con más fuerza.

Lo descrito hasta aquí, corresponde a costumbres habituales y generales observadas en nuestra sociedad; una sociedad que lucha materialmente por sobrevivir, muy enajenada de sí misma como para poder percibir el llamado del espíritu. Pero afortunadamente hay, cada vez más, individuos cuyo Ser interior puede escuchar ese llamado.

El desarrollo social estará directamente relacionado con la elección del camino a seguir: la actitud podrá orientarse hacia fines realmente altruistas o podrá cae en la tentación del uso y del abuso del poder.

En los tres Septenios del Espíritu –séptimo, octavo y noveno- las tareas y las metas deberán estar comprendidas dentro de una cosmovisión total. Ahora, se generarán la humildad, la aceptación y el amor. Las realizaciones deben ser patrimonio del espíritu y no meramente de la materia. El trabajo individual se halla en el mundo físico, no podría ser de otro modo ya que somos cuerpos físicos; pero la esencia del acto de trabajar pertenece a un orden de leyes no materiales. En este septenio es imprescindible armonizarse con las leyes cósmicas.

En este primer septenio de desarrollo espiritual, el alma se pone al servicio del espíritu. El alma es lo que nos conecta la mundo físico para que el espíritu pueda expresarse. A su vez, el espíritu, para poder utilizar el cuerpo necesita necesita sentir y transformar ese cuerpo (el alma) que representa su conexión con el plano físico. Este constituirá el trabajo interior del septenio: la transformación del Cuerpo Astral; es decir, nuestro cuerpo de sensaciones, para permitir el advenimiento del Yo espiritual, el más elevado de nuestros cuerpos suprasensibles.

Octavo Septenio
Desde los 49 hasta los 56 años  

En plena crisis de los 50, el hombre y la mujer se acercan a los umbrales de un nuevo proceso. Se trata de un fenómeno sociocultural y familiar muy fuerte que determina, drásticamente, la transferencia a otro grupo social: el de la tercera edad, la edad madura o, peor aún, el de la vejez.

En la mujer, el hecho biológico dominante está dado por el cese de su período menstrual o menopausia. Por supuesto, este proceso será vivenciado individualmente de manera muy diferente según sea su preparación interior y su disposición anímico-espiritual. En el caso del hombre, un fenómeno biológico parecido se produce merced a los problemas de la próstata, aunque éstos no son inexorables en su aparición ni poseen igual jerarquía sociocultural que la menopausia.

En la actualidad, se han desarrollado una serie de investigaciones sobre estos temas. Desafortunadamente, gran parte de las conclusiones a las que éstas arribaron desemboca en alguna sustancia química que, al emplearla en el organismo humano, reproduce los efectos producidos por la hormona o el neurotransmisor que ha comenzado a declinar naturalmente. Sin embargo, estas "soluciones parciales para sentirse mejor" y no brindan ninguna respuesta valedera a los interrogantes básicos del hombre y de la mujer de esta edad.

El problema del climaterio masculino y femenino no se resuelve en plano químico-biológico, aún cuando algunas modificaciones, en este sentido, otorguen un alivio pasajero a determinados síntomas. Tampoco es una cuestión estrictamente psicológica. Quiere decir, entonces, que se han dado respuestas al cuerpo físico en el terreno de la bioquímica; se ha dado respuesta a una parte del alma en el ámbito de la psicoterapia; pero no hay respuestas para el espíritu en el plano trascendente. Y éste es un trabajo individual, de perseverancia y de elevación de la propia conciencia.

He aquí, precisamente, lo que se abre para el ser humano tras esta nueva crisis: la época central de los tres Septenios del Espíritu. Lo que antes era una insinuación, en este octavo septenio, es una norma. Aquella vaga necesidad de una respuesta espiritual que empezó a ceñir el alma después de los 40, se transforma ahora en una presión constante sobre nuestras actividades cotidianas. Es el reflejo del segundo septenio (7 a 14 años), cuando se consolidaba el incipiente cuerpo etéreo individual. Así como a los 7 años se producía el nacimiento del cuerpo etéreo del hombre, ahora es necesario prepararse para transformar ese cuerpo etéreo. Sobre la base de aquella estructura, hemos administrado vitalidad al cuerpo físico y hemos adquirido poco a poco los hábitos y las costumbres. Aquí debemos recordar que es mucho más difícil cambiar un hábito o una costumbre -ámbito del cuerpo etéreo- que modificar una cualidad anímica -ámbito del cuerpo astral-. Es más sencillo revertir una tendencia egoísta -cuerpo astral- que el hábito de la crítica -cuerpo etéreo-.

En este octavo septenio se produce la culminación de la reflexión y del pensar, que ya no están exigidos por la acción como en el período de 42 a 49 años.

Además este es el septenio del desarrollo moral; una verdadera transformación del cuerpo etéreo trae aparejada una profundización de lo moral. La moral no se fundamenta en sermones, ya que si esto fuera posible no habría inmoralidad sobre la Tierra. Dice Rudolf Steiner: "Saber lo que hay que hacer, lo que es moralmente correcto, es lo que menos importancia tiene en la cuestión moral; lo importante es que existan dentro de nosotros impulsos que, en virtud de su poder interior, de su fuerza interna, se conviertan en actos morales, es decir se proyecten al mundo exterior como realidad moral."

En estos tres últimos septenios, se hace cada vez más evidente la dualidad del ser humano. Puede manifestarse un hombre con predominio de apetencias y necesidades solamente materiales: es el hombre que "duerme" o que, simplemente, "existe" y para quien la vida es una caja de sorpresas, de casualidades ilimitadas, un continuo esquivar de obstáculos o un aprovechar la ausencia de ellos, sin que despierte en él la conciencia del aprendizaje que la vida ofrece. Pero también puede emerger el otro hombre: aquel en el que germinaron las semillas sembradas durante el septenio anterior cuando era un principiante en el camino espiritual y ese proceso lo conduce ahora al despertar de su maestro interior.

En esta pugna es fundamental el trabajo de autoconocimiento desarrollado por cada uno. Ahora ya no importa lo que el hombre quiera realizar sino lo que los otros necesitan de él. La creatividad se expande con una cosmovisión de la Totalidad. Una nueva filosofía de vida se puede instalar y, también, puede aparecer una nueva concepción del mundo.

En este septenio hay dos temas centrales: el despertar del maestro interior y la enseñanza; ambos indisolublemente ligados por su esencia. Ese maestro que ha despertado es el arquetipo de lo humano. Maestro es el que puede cambiar a los otros. Su despertar en nosotros hace verdad la promesa tácita de reunificación, de reencuentro con nosotros mismos. Este maestro ya no es el guía sino que es el consejero que da instrucciones para lograr la disciplina interior, a la vez que procura un decidido desarrollo del pensar. Y la consecuencia directa de este despertar permite la posibilidad del enseñar como ideal y de aconsejar con amor.

 

Noveno Septenio
Desde los 56 hasta los 63 años

Estamos ahora en el umbral de una nueva crisis muy especial dado el grado de conciencia que puede alcanzar el hombre a esta edad. La crisis puede manifestarse en el ámbito de lo humano y de lo espiritual. En el primer caso, la crisis se puede producir como corolario de una vida poblada de desaciertos o equivocaciones que no han podido ser reparadas. El ámbito de esta manifestación es el referido a los vínculos; es decir, la sociedad toda en la que se desarrolla cada biografía. Sobrellevar estas situaciones conflictivas suele demandar grandes esfuerzos y, si no se resuelven, una incipiente depresión puede ser la consecuencia.

La crisis espiritual se produce por una apertura de conciencia, por un despertar del espíritu que llamamos fase mística de la evolución: el individuo siente un llamado imperativo de ciertos impulsos espirituales que no logra concatenar con la vida llevada hasta es presente. Estos impulsos pueden obedecer a ideales tales como la verdad, la fraternidad, la justicia o la libertad.

A medida que el ser humano se acerca a las últimas etapas de cada experiencia de vida, las crisis anímicas debieran ser de menor envergadura mientras crecen en importancia las experiencias vinculadas al mundo trascendente o espiritual. Tarea nada fácil y que supone un sabio desapego del mundo exterior y una marcada inmersión en el mundo interior.

El noveno septenio es el indicado para realizar una síntesis de todo lo vivido; también, es propicio para hacer una síntesis de toda la biografía y aprehender con claridad las tres funciones anímicas: sentir, pensar y actuar.

La comprensión puede llegar a través de un trabajo consciente o inconsciente. La comprensión inconsciente se puede lograr a través de la propia experiencia vivida y suele ser la más habitual. La comprensión consciente, en cambio, exige de la persona una participación activa, una observación atenta del mundo y de sí mismo y una concepción integral del hombre.

En este noveno septenio es importante que el hombre aprenda a tomar clara conciencia de estas actividades esenciales del alma

El pensamiento sirve para captar los conceptos y relacionarlos. Es una actividad subjetiva que tiene por objeto una realidad objetiva. El propio pensar es una actividad espiritual por excelencia por la que el hombre participa de una realidad inmaterial: el mundo de los conceptos. El hombre los capta, no los produce. Cuando se llega a ciertos niveles de interiorización nos damos cuenta de la poca importancia que tiene la necesidad de refutar a nuestro interlocutor con el mezquino deseo de afirmar nuestra personalidad.

Y así como tratamos de penetrar el mundo espiritual de los conceptos a través del pensar, así debemos conocer qué es el sentir en nosotros. En esta etapa tenemos que tener muy clara la diferencia entre lo que pensamos y lo que sentimos; debemos descubrir cuándo un deseo latente impulsa la construcción de un juicio para justificarlo. A esta edad, tanto los deseos como las pasiones, deben ser metamorfoseadas en sentimientos nobles y elevados. Lo mezquino deberá ser desplazado por sentimientos altruistas (alter = otro). En este septenio es muy importante la luz que emana de un ideal, como la verdad o la libertad, para que el ser humano sea guiado y logre desarrollar a pleno las grandes metas humanas que viven impresas en su espíritu.

Si el hombre tiene clara conciencia del pensar y del sentir, le resultará más sencillo cómo debe actuar, cómo debe ser usada su voluntad, en este tramo de la biografía signado especialmente por la realización.

Pero, ¿qué es la voluntad? Es una fuerza que anida en las profundidades inconscientes del alma. Es la fuerza de la acción, es el acto volitivo.

Podemos identificar a la voluntad a medida que se expresa en los miembros esenciales del ser humano. Su primera expresión la denominamos instinto y opera en el ámbito del Cuerpo Físico haciéndose cargo de los impulsos vitales (crecimiento, alimentación y reproducción) y, así, fue caracterizada en el primer septenio. Cuando esta fuerza es penetrada por el Cuerpo Etérico, se convierte en apetito o impulso. La acción repetida del impulso genera el hábito. En el segundo septenio, es cuando su acción se manifiesta con claridad; pero es, en el tercer septenio, cuando se hace consciente al establecer contacto con el Cuerpo Astral transformándose en deseo.

Cuando esta fuerza de lo volitivo entra en el dominio del Yo, se transforma en motivo, ocupando los tres septenios centrales, los septenios del alma. Y, aquí, se establece una clara diferencia con lo animal: tanto el hombre como el animal pueden tener deseos, pero sólo el hombre puede tener motivos. De ahí en más, en los septenios del espíritu, la voluntad adquiere connotaciones elevadas de acuerdo con el nivel que alcance cada uno de los gérmenes superiores del Yo:

Aspiración, en el nivel del Yo Espiritual (séptimo septenio)

Propósito, en el nivel del Espíritu Vital (octavo septenio)

Resolución, en el nivel del Hombre Espíritu (noveno septenio)

Como corolario de la conciencia de las funciones anímicas a desarrollar, en este septenio, repetimos que la comprensión del pensar, del sentir y del actuar, puede ser fruto de un trabajo inconsciente o consciente. Hacer el trabajo plenamente consciente nos impulsará de lleno a penetrar el conocimiento de los mundo superiores.

Este septenio está regido por Saturno; lo dominante es la resolución que se expresa a través de la realización. La realización es la fuerza para que el Yo pueda hacer lo que el espíritu quiere en mí; es la realización del acto, la posibilidad de realizar por sí mismo.

La forma física, que surgía en el primer septenio, es vivida ahora espiritualmente. Las que antes eran fuerzas creadoras, ahora se transforman en fuerzas de la conciencia. Ya hemos dicho que, detrás del aspecto físico visible, conformado por la sustancia, se entretejen las fuerzas espirituales propias de la materia integradas en el Cuerpo Etéreo, en el Cuerpo Astral y en la organización del Yo. Y, así, el cuerpo físico se transforma en un verdadero receptáculo de fuerzas espirituales. Por supuesto que la percepción de esta metamorfosis de fuerzas dependerá del desarrollo espiritual alcanzado por cada persona.

La presenilidad, posible en este septenio, puede acompañarse con problemas de salud, físicos o psíquicos. Si estos se hacen presentes y el individuo no ha hecho un trabajo de apertura espiritual, es muy fácil que toda su atención se centre en sí mismo, tornándose egoísta, perdiéndose para sí y para el mundo. Este tipo de situaciones inhiben las posibilidades de percepción espiritual y el hombre se encamina hacia un verdadero proceso de deterioro y esclerosis psicofísica.

La vivencia de la muerte es muy clara, lo cual lleva a una nueva crisis. Aparece otra depresión: la de la vejez. Una adecuada transformación de las fuerzas físicas en fuerzas de la conciencia es una buena prevención para este tipo de depresiones.

En este noveno septenio, se establece una conexión con el primero; hay una iluminación de la vida infantil y una reconciliación con todas sus manifestaciones. Si el hombre o la mujer del noveno septenio no fueron buenos padres o madres, pueden descubrir ahora, como abuelos o abuelas, las delicias de esta etapa de la vida.

Los Septenios y sus Transformaciones

Los tres primeros septenios (septenios del cuerpo), desde el nacimiento hasta los veintiún años, se reflejarán en los tres septenios de la madurez. Este será un reflejo consciente; es decir, aquí comienza a actuar la conciencia que la persona pone en marcha para que se produzcan determinados cambios en ella.

Así como a los catorce años comienza la menstruación, a los cuarenta y nueve años comienza la menopausia.

Así como a los catorce años, anímicamente, el joven compite, el varón y la mujer se diferencian y los grupos que forman se destruyen entre sí; a partir de los cuarenta y dos años, las personas tienen, en general, otra manera de relacionarse, tienden a formar comunidades y trabajar con ideales comunes.

Así como a los catorce años, comienza la vida sexual; a los cuarenta y dos años, puede empezar a caducar el interés por la sexualidad, a caducar con un sentido de transformación.

A los catorce años, todo lo relacionado con el cuerpo tiene enorme importancia, mientras que, a partir de los cuarenta y dos años, este interés se transforma en algo que podemos llamar espiritual y comienza a plantearse el tema de la muerte.

A partir de los cuarenta y dos años, aparecen crisis que pueden ser físico – anímicas. Una crisis física consiste en sentir que el cuerpo físico ya no responde como antes y, en este caso, la persona puede reaccionar de dos maneras:

Luchando contra esta situación, pudiendo matarse en el esfuerzo.
Aceptando lo que le ocurre y, así, adoptar una nueva actitud frente a la vida. En este caso, surgirán las necesidades espirituales.

El septenio de los cuarenta y nueve a los cincuenta y seis años tiene como espejo el septenio de los siete a los catorce años.

Así como a los siete años el niño comienza su escolaridad; a partir de los cuarenta y nueve años el ser humano necesita enseñar, se transforma en maestro. Esta es una necesidad vital; el ser humano necesita ser escuchado, necesita transmitir algo, en suma, necesita dar.

Así como entre los siete y los catorce años empiezan los hábitos; entre los cuarenta y nueve y los cincuenta y seis años será muy importante trabajar sobre los hábitos adquiridos, ya que, en este septenio, se desarrolla una fuerza que nos permite cambiar nuestros hábitos.

En el último septenio, entre los cincuenta y seis y los sesenta y tres años, se producen alteraciones sobre todo en lo que respecta a la memoria. Es muy común que las personas de esta edad olviden hechos recientes; sin embargo, están revitalizando hechos que ocurrieron entre el nacimiento y los siete años, hechos que se recuerdan con gran claridad.

A partir de los cuarenta y dos años y a lo largo de los septenios que siguen es muy importante recuperar las vivencias infantiles, no sólo recuperarlas sino revitalizarlas y transformarlas. Una característica de la niñez es el asombro, así como también el egoísmo. Por lo tanto, en esta etapa de nuestras vidas es ideal percibir la necesidad del otro, desarrollar nuestra capacidad para escucharlo y, de este modo, lograr el asombro. Precisamente, gracias a estas vivencias el mundo se desplegará ante nosotros y podremos transformar el egoísmo infantil en la capacidad para reconocer al otro.

A partir de los cuarenta y dos años es fundamental comenzar un trabajo constante con el desapego y con el perdón. El desapego cobrará una importancia cada vez mayor a medida que pasan los años ya que con el paso del tiempo la persona tiene menos necesidades materiales. El desapego constituye una muy buena señal en el camino de la evolución personal.

El trabajo con el perdón es mucho más difícil y requiere una preparación espiritual.

 

Trabajo espiritual para los
Septenios del Espíritu

Existen cinco cualidades que se manifiestan en una evolución sana de un proceso biográfico de madurez, ancianidad y muerte. Estas son: unicidad, desapego, amor al prójimo, agradecimiento y perdón.

La sensación de unicidad ocupa el centro del alma del hombre y de allí se desprenden las otras cuatro características. La idea de que la unicidad ocupa el centro del alma ha surgido al observar que, cuando la persona llega a experimentarla, las otras cualidades pueden ser alcanzadas sin dificultad. Ocupar el centro significa que la persona se siente ubicada allí reiteradamente y hace de esto un aspecto central de su vida.

Al hablar de la sensación de unicidad nos referimos a esa especial sensación de unidad con el Todo. Pero, ¿qué es el Todo? En realidad, no hay conceptos que puedan definirlo, ya que en el caso de lograrlo, lo definido dejaría de serlo; simplemente, el Todo Es.

Las personas, que han hecho abandono de su cuerpo físico en una situación de extremo riesgo, como un accidente o una operación quirúrgica, describen la sensación de unicidad como la sensación de no poseer un cuerpo y, a la vez, de sentirse parte del Universo. El cuerpo es el Cosmos mismo y la sensación de unicidad se manifiesta con la esencia de las cosas y no con las cosas en sí. Las cosas del mundo físico se vivencian como una consolidación material de aquella esencia. Sin embargo, no es una fusión cósmica con pérdida de conciencia; siempre existe la conciencia de sí mismo participando y gozando de esta experiencia inédita.

Cuando la experiencia cesa y se retorna al cuerpo, por lo general, se duda de lo vivido, ya que el imperio de los sentidos y nuestro condicionamiento cultural no dejan resquicios para experiencias suprasensibles. Pero lo más valioso de estas experiencias es el cambio de vida de quienes las han vivido y su necesidad de conocimiento acerca de los mundos espirituales.

Existe otra forma de acercarse a esta sensación de unicidad y es la que verdaderamente interesa en todo proceso biográfico. No se manifiesta bruscamente y no posee ni la fuerza ni la intensidad de las experiencias relatadas por las personas que atravesaron por dichas situaciones de extremo riesgo. Es un proceso que se instala lentamente, a partir de la cuarta década de la vida, debiendo ser cultivado cuidadosamente. En este caso, si la persona abre sus sentidos a esta nueva sensación de unicidad, decidiéndose a profundizarla conscientemente, se habrá iniciado el verdadero camino del principiante que aspira a la fraternidad y unidad en el camino espiritual. Para este proceso son de gran ayuda la meditación diaria y la observación constante de sí mismo. De esta manera, es posible romper con la esclavitud de la conciencia de vigilia y apreciar la causalidad.

Al tomar conciencia de esta causalidad, que obra en nuestra existencia, nos preparamos para abordar el concepto de karma. Sólo así, la vida adquiere sentido como escuela y cada tropiezo será bienvenido por el mensaje que encierra. Todo hecho deberá relacionarse con la causalidad y el orden universal y, así, la persona logrará instalarse, poco a poco, en la sensación de unicidad emergente. Más aún, todo conocimiento adquirido debe apuntar a la unión con el Todo y aquel conocimiento antiguo deberá ser reformulado en relación con la Totalidad.

Cuando este estado de unicidad ocupa el centro del alma se percibe una agradable sensación de paz y un germinar de sentimientos serenos de amor y fraternidad universal.

Estas sensaciones de unidad y de paz interior suelen despertar el desapego.

¿Qué es el desapego?

Es un cambio de valores.

Es la transformación de valores materiales en valores espirituales.

Es un valor que está en el centro, equidistando entre la posesión y la indiferencia.

El verdadero despego produce una sensación de paz y esta misma sensación lo incentiva. La actitud de desapego estimula en la persona la alegría de descubrir que necesita cada vez menos para estar cada vez mejor. Desapegarse no significa no tener, significa no depender de lo que se tiene. Los valores materiales susceptibles de ser trabajados internamente como actitud de desapego abarcan todos los objetos físicos que nos rodean, desde los más insignificantes hasta los más grandes.

Mucho más difíciles de ser abandonados son los valores anímicos, porque son más sutiles y están menos expuestos al campo iluminado de nuestra conciencia; por ejemplo, los roles que ejercemos diariamente, el prestigio alcanzado o el manejo del poder.

Las razones espirituales del desapego son casi obvias: la conciencia superior sabe de lo efímero de la existencia física; basta elevarse a otro nivel de conciencia para que el desapego del mundo físico se constituya en un hecho lógico y necesario. Desde el punto de vista de la conciencia de vigilia u objetiva, hay un solo acontecimiento en la vida que no resiste la menor objeción por parte de la razón, esto es la muerte del cuerpo físico. Es muy comprensible, entonces, que a partir de la segunda mitad de la vida esta tremenda verdad humana cobre fuerza inconscientemente en el alma.

Todo desapego del mundo de los sentidos, antes de enfrentar la muerte física, facilitará enormemente el tránsito hacia el otro plano de conciencia y permitirá, en futuras encarnaciones, disfrutar serenamente del proceso tan temido.

La sensación de unicidad y la actitud de desapego confluyen en un sentimiento muy elevado el amor al prójimo.

"Amarás al Señor, tu Señor, y al prójimo como a ti mismo" encierra una verdad oculta: el re-conocimiento de la Divinidad en el otro así como en nosotros mismos. Reconocer a Dios en el otro y en nosotros sólo es posible merced a una profunda devoción y reverencia que despierta en el hombre la emanación divina que vive en su Espíritu.

El amor al prójimo se cultiva y crece. Es un largo camino que parte del egoísmo para llegar al altruismo, al otro. Desde un punto de vista es un proceso que, por un lado, recibe aportes de la unicidad y del desapego y, por otro lado, del agradecimiento y del perdón. Es una sensación que se instala en nuestro Ser y se manifiesta como sensibilidad ante la necesidad ajena. Cuando esta sensibilidad se expande en el alma, se expresa en el mundo como acto de generosidad.

La sensación de amor al prójimo siempre despierta un sentimiento de sana alegría, un verdadero bálsamo anímico-espiritual.

¿Y qué podemos decir del agradecimiento y del perdón?

El agradecimiento es una sensación muy poco cultivada en el alma humana. El agradecimiento nace de los hechos más insignificantes, como respirar, caminar conscientemente, oír el canto de un pájaro, presenciar una puesta de sol, recostarse sobre el tronco de un árbol o acariciar a un animalito. Todo esto despierta un sentimiento de amor y fraternidad universal que incentiva el amor al prójimo, pudiendo trascenderse lo humano para llegar a lo divino.

El perdón provoca una sensación de benevolencia. Si analizamos el vocablo en detalle nos encontramos que la palabra perdón se compone de una preposición inseparable: per, que refuerza su significado y de un verbo que tiene una profunda significación en sí mismo como acción de desprendimiento y entrega, donar. Sin embargo, en el mismo vocablo permanece en silencio otro significado el de don. El sentido de la donación es el de la dádiva u ofrenda, como así también es una cualidad del ser humano. Por lo tanto, el perdón es una verdadera cualidad del hombre que le permite desprenderse tanto de objetos materiales como del orgullo personal; desapego, para ofrecer una dádiva; amor al prójimo, que estimula en el espíritu la sensación de agradecimiento que lo une con el Todo, unicidad.

Aquí hablamos del perdón como una actitud del alma en relación con el mundo; una actitud libre que, en cada momento, podemos elegir asumir o rechazar. La actitud interior de perdonar encierra un doble aspecto: anímico y espiritual. En el aspecto anímico produce un alivio y una liberación, es un desprenderse de algo que a su vez nos mantenía atrapados y esclavizados. Nos desprendemos de sentimientos tales como odio, humillación, dolor.

En el aspecto espiritual, el trabajo consciente del perdón nos abre las puertas del aprendizaje, nos torna flexibles y compresivos con respecto a la naturaleza humana. Es un excelente instrumento para cincelar aspectos oscuros del alma y nos abre el camino a la indulgencia y la compasión. La compasión se apoya en la humildad y es el profundo sentimiento de amor cristiano hacia el semejante, sin guardar relación con el sentimiento de lástima.


Saber que el otro es nuestro espejo, que los mismos errores que hoy criticamos fueron nuestras equivocaciones ayer, que en nuestro corazón y en el de nuestros semejantes brilla la misma luz, es suficiente para que se agigante el sentimiento de unicidad y amor al prójimo. Por estos motivos, los tres septenios de Espíritu constituyen, en cada encarnación, la oportunidad de que el Yo evolucione un poco más para acercarse a sus verdaderas metas espirituales.

   

EL CÁNCER:

SUS CAUSAS TERRENALES Y ESPIRITUALES

Por el Dr. Roberto Crottogini

 

¿Qué es lo que produce el cáncer? ¿Es el cigarrillo? ¿Es la alimentación?. Hay tantas sustancias que hoy se definen como cancerígenas!.

Hoy día no es nada fácil explicar, en palabras sencillas, qué significa la aparición de un tumor, de un tumor maligno en el cuerpo. Desde una perspectiva científico-espiritual, cualquier enfermedad tiene relación con el destino y con la experiencia de vidas anteriores. Por lo tanto, es muy importante comprender qué es el karma, el destino y las sucesivas vidas; de lo contrario, al no considerar este planteo básico de la Antroposofía, el cáncer, obviamente, obedecerá a la casualidad, a la mala suerte, es decir, al azar. Al integrar la experiencia espiritual de vidas anteriores, evidentemente, cada experiencia de una vida nueva, que realizamos tiene que ver con todo lo anterior, con una causalidad que, en esta vida, se manifiesta con una tendencia a producir el fenómeno llamado cáncer.

Cuando alguien pregunta "¿Cómo?, ¿el cáncer no es genético?", resulta evidente que muchas personas sólo consideran una sola causa o una sola verdad, en el sentido de que si es genético, ¿qué tiene que ver el cigarrillo?; y, si es debido al cigarrillo, ¿qué tiene que ver lo espiritual?; es decir, como si todo estuviera aislado, separado. Aquí, lo que pretendo es reunir todas estas situaciones.

El ser humano presenta un aspecto terrenal y un aspecto espiritual. En el momento de la encarnación física, en cada nueva experiencia de vida, se consolida químicamente lo que, hoy, se llama genoma humano, en permanente estudio. Se cree que, hacia el año 2005, se tendrá un mapa completo de la responsabilidad de cada gen en la producción de enfermedades, en la conformación del carácter; en fin, en todo lo que hace al desarrollo del hombre, en la Tierra.

Desde el punto de vista de la Ciencia Espiritual , este genoma humano, que cada individualidad plasma, es el resultado de una experiencia espiritual que la persona deberá realizar en la presente vida. En cambio, para la ciencia materialista, simple y sencilla de todos los días, ésta es una combinación azarosa de sustancias químicas, provenientes de mamá y papá, que dan por resultado la presencia de genes ubicados de forma tal que determinarán ciertas enfermedades. Esta predisposición, a veces, podemos clasificarla como muy fuerte o débil. Así hoy, se sabe que hay un gen responsable del asma, de la hipertensión arterial o de la localización de un cáncer, en determinados órganos. La persona trae ya una especie de "teclado" o instrumento preparado para poder desarrollar enfermedades específicas.

La otra cuestión es cuáles son los detonantes, en la vida, para que estas predisposiciones, latentes, se expresen o se manifiesten.

Las razones o causales, por las cuales una persona puede enfrentar un cáncer, están plasmadas como posibilidad a nivel genético; ya existen, y las trae impresas en su código genético. Así, comienza su vida física; no obstante, a partir de la concepción, la Psicología que podrá explicar un cúmulo de mecanismos, llamados detonantes, por los cuales la persona tendrá la posibilidad de activar aquello que ya estaba previsto, como predisposición mórbida, en su estructura genética. Así, es posible comprender por qué de dos personas que fuman cuarenta cigarrillos diarios, sólo, se enfermará de cáncer de pulmón aquella que tenga una fuerte predisposición a hacerlo; como de dos hermanos, criados con la misma madre, sólo uno de ellos logrará desarrollar asma.

La comprensión de la dimensión espiritual del hombre puede darse a veces intuitivamente, o bien, a través de un largo y meduloso proceso de estudio y trabajo interior. En mi trabajo como médico, he podido apreciar, en repetidas ocasiones, la aparición de experiencias paranormales, vinculadas a la inminencia de la muerte (E.C.M.); en las cuales, mediante el "desprendimiento brusco" de una de las organizaciones suprasensibles, el ser humano se transporta a otro estado de conciencia que le posibilita, a su "regreso", un cuestionamiento más profundo de su esencia y un anhelo por conocer que se esconde más allá de su aspecto terrenal; es obvio que no es éste el camino ideal para adquirir el conocimiento de un plano trascendente, pero no deja de ser un estímulo frecuente para que así ocurra.

Genéticamente, es posible determinar la predisposición al cáncer, mediante estudios especializados. Hoy día, recibimos pacientes en los cuales varios miembros de la familia han presentado un determinado tipo de cáncer a partir de cierta edad, y, esta persona consulta, ahora, porque percibe una sintomatología sospechosa al respecto. Aquí, se ponen en juego las tendencias genéticas, mencionadas, y los correspondientes detonantes de las mismas, de los cuales los mecanismos psicológicos ocupan el primer lugar. Por esta razón, muchos psicólogos hablan de una caracteropatía o personalidad del enfermo de cáncer.

En la actualidad, hay estudios muy claros sobre la posibilidad de que un cuadro depresivo pueda desembocar en un cáncer; pero, esto siempre y cuando se encuentre programado "genéticamente". También, hay muchas situaciones de pérdida o de mucho dolor que pueden conducir, en muy poco tiempo, a la aparición de un tumor. En una persona, en la que aparece un tumor, la investigación retrospectiva evidencia, casi sin excepciones, que dicha persona ha tenido experiencias de pérdidas muy dolorosas, un tiempo atrás. Al decir pérdidas dolorosas, me refiero a una separación, a la pérdida de un ser querido, a una pérdida de empleo o una pérdida significativa de autoestima, en una situación determinada. Algo ha pasado, a nivel psíquico o anímico, para que, en esa persona, se produzca un desarrollo anárquico de las células, como es el cáncer.

Quiere decir que, frente a una enfermedad tan seria como es el cáncer, es necesario considerar un área espiritual; un área físico-química, que tiene que ver con la estructura genética del ser humano; y, además, los detonantes, de los cuales la Psicología tiene mucho que decir. Hoy en día, debemos considerar, también, la contaminación ambiental. ¿Por qué se dice que tantas sustancias son cancerígenas?. En realidad, debe decirse que numerosas sustancias son desencadenantes de la posibilidad de contraer cáncer, siempre y cuando, esto, esté acuñado físico-químicamente como corresponde y, además, cuando, espiritualmente, sea necesario atravesar por dicha experiencia. Tanto la alimentación, como la polución ambiental, como la contaminación psicológica son los elementos que pueden detonar la aparición de un cáncer.

El paciente, enfermo de cáncer, suele escuchar que la enfermedad se clasifica en distintos grados (uno, dos, tres y cuatro), según su gravedad. Esto surge de clasificaciones internacionales, según el tipo de tumor, su tamaño, la existencia o no de ganglios comprometidos, la existencia o no de metástasis a distancia, etc. Así, el paciente, consultante, sabrá que a su tumor se le asigna uno de estos grados, y, al preguntar qué significado tiene esta gradación, el médico hará referencia a la gravedad del tumor y a las posibilidades de sobrevida. Pero, si el paciente pregunta el por qué del grado uno, dos, tres o cuatro, la respuesta que recibirá es: "Es lo que le ha tocado en suerte"; es decir, si partimos de la base de que una encarnación es una casualidad y todo lo que nos sucede es producto del azar, el hecho de que el tumor sea de grado uno, dos, tres o cuatro, no deja de ser una casualidad.

Para la Antroposofía, en cambio, no es una casualidad. Una persona, que enfrenta una enfermedad de estas características y con su organismo no permite que el tumor avance más allá del grado uno, significa que tiene una gran posibilidad de defenderse. Cuando se habla de un tumor de grado cuatro, evidentemente, la persona no tenía ya las defensas necesarias, para enfrentarlo y es, por eso, que el tumor hará estragos en muy poco tiempo

El hecho de que el tumor sea de grado uno, dos, tres o cuatro deberá ser explicado a la persona, mientras se elabora una estrategia defensiva. Es necesario que sepa que, en un grado uno, hay muchas cosas para hacer, muchos desencadenantes podrán ser modificados, como por ejemplo, aspectos del propio carácter, la alimentación, la respiración, la autoestima o la capacidad de perdonar; evidentemente, habrá muchos elementos para hacer frente a esa prueba por la que se está pasando

Esta situación es completamente distinta del caso de un tumor de grado cuatro, en donde el organismo ya nada puede hacer, donde hay que trabajar con la persona el significado de esta eventualidad. Muchas veces, sucede que esta persona, frente a esta situación, ante la cual no hay salida, comienza a tener otra actitud frente a la muerte. Es decir, el enfoque, frente a estas dos personas con cáncer de distintos grados, es completamente diferente.

http://www.holistica2000.com.ar/Antrocolumna.htm

 

 

Steiner, R, Wegman, I.Fundamentos para una ampliación del arte de curar” Editorial Epidauro, Buenos Aires, 1985.

Huseman,F., Wolf, O. “La imagen del hombre como base del arte de curar”, Editorial Epidauro, Buenos Aires, 1998.

 

Dr. Bernardo Kaliks “LO QUE ES LA MEDICINA ANTROPOSÓFICA” Articulo publicado en la Revista ARS CVRANDI - Octubre/90)

 

Dyson-Hollmann “Medicina Antroposófica”

 

Roberto Crottogini “Medicina de Orientación Antroposófica”  

 

 

 

 

Instituto para la formación en medicina y terapias Antroposóficas

 

 

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