Jardín de Infantes Waldorf

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(Suaty-Pcuaoa)

Bogotá - Colombia

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LA FORMACIÓN DEL MAESTRO

"No es verdadero maestro y educador aquel para quien la pedagogía es mera ciencia de cómo educar a los niños, sino aquel en quien el pedagogo despierta gracias a su conocimiento del ser humano."

Con estas palabras, Rudolf Steiner deja señalado el problema medular de la formación del maestro. En nuestro siglo, se considera sabia medida para la formación de maestros, haber abolido los antiguos seminarios pedagógicos en los que los jóvenes egresados de la primaria se preparaban para maestros de primaria, y poner en su lugar las academias normales superiores, que requerían el bachillerato, con lo cual se creía haber cumplido con el clamor de la época por la preparación científica del magisterio, opinándose que, en todo caso, el maestro "de preparación científica" había de ser "mejor" que el que no la tuviese.

Aquí hemos de intercalar una digresión. En muchos países civilizados sigue existiendo la diferencia entre la escuela primaria y la llamada escuela superior o gimnasio. Ambas tienen totalmente distinto su respectivo plan de estudios. Lamentablemente, se ha propagado la opinión de que el profesor de enseñanza secundaria es de mayor categoría que el da le escuela primaria. El Estado, como depositario de la educación pública (y más adelante comentaremos la legitimación de esta función administrativa), acentúa esa diferencia con la diferente remuneración de los maestros a su servicio. Sin embargo, si los hechos se analizan sin prejuicios, se llega a admitir que el arte pedagógico ha de ser tanto mayor, cuanto más pequeño sea el niño que requiere educación y enseñanza. No hay mucho peligro de que un profesor universitario pueda causarle daño a sus estudiantes; un catedrático de secundaria ya tiene por los alumnos a su cargo una responsabilidad relativamente mayor; pero el verdadero artista pedagógico ha de ser el maestro de primaria que tiene que encargarse de los niños en el segundo septenio de la vida. Finalmente, la palma de la destreza pedagógica corresponde a la buena madre que, por su autoeducación, comprensión y cariño, es ejemplo para el párvulo.

Las escuelas orientadas en sentido de la pedagogía científico-espiritual se distancian de las de la administración estatal, entre muchas otras cosas, por haber borrado toda diferencia entre escuela elemental y escuela superior. ¿Qué sentido tendría el que existieran dos tipos de pedagogía: una para los privilegiados y otra para menos privilegiados; una para los "dotados" y otra para los "menos dotados"? ¿A poco le incumbe a la educación pública fomentar el abismo social que, por una selección unilateral, crea privilegios profesionales y, finalmente, recae en las malaventuradas diferencias de clase? No; para un organismo social moderno a la altura de la situación actual, sólo puede y debe existir la escuela unificada, con un mínimo de diez años de asistencia obligatoria, es decir, la escuela con un plan de estudios único, con una enseñanza que pueda bifurcarse después del octavo año, por un lado hacia el lado práctico-artístico y, por el otro, hacia el lado científico, conservando íntegramente la enseñanza de ciertas asignaturas básicas en las que tienen que participar los estudiantes de ambas ramas.

Digámoslo sin ambages: repudiamos desde un principio, por considerarla indigna, toda diferenciación valorativa, ya sea de los alumnos, ya sea de los maestros. Sólo aceptamos como válidos los puntos de vista que se deriven del conocimiento de la humanidad y del hombre.

La cuestión básica es, pues: ¿cómo despertar al pedagogo latente en el hombre? Si bien la capacidad pedagógica, lo mismo que la educabilidad, dormita en todo ser humano, no cabe duda que cada día será menor el número de maestros nacidos para ser maestros. ¿Cuál es, pues, la ruta que permita despertar y cultivar interiormente aquella capacidad pedagógica latente? Ya pasaron los tiempos en que las aptitudes educativas se heredaban a lo largo de las generaciones. Es, en efecto, uno de los fenómenos significativos de nuestra época, el que nadie  se hace maestro por talento innato, tradición de familia, o selección gubernamental dirigida, sino única y exclusivamente por la verdadera vocación, resultado del despertar de las facultades Pedagógicas.

¡Despertar gracias al conocimiento del ser humano! Y el único conocimiento que satisface este objetivo, es el científico-espiritual porque concibe la entidad humana integrada por cuerpo, alma y espíritu. Se trata, pues, nada menos que del enfoque de: una nueva antropología, capaz de captar la figura humana según sus condiciones somáticas; una nueva sicología, capaz de asir lo anímico en su triple manifestación de pensar, sentir y querer y, finalmente, una verdadera neumatología, sabedora de que lo espiritual debe comprenderse a través de los diferentes grados de conciencia que caracterizan el estar despierto, el dormir y el soñar. Tal conocimiento del hombre ha sido desarrollado por Rudolf Steiner en sus conferencias pronunciadas en 1919 antes de inaugurar el Colegio Waldorf de Stuttgart. Esta "Antropología General como fundamento de la Pedagogía " (publicada en castellano con el título "El Estudio del hombre") debiera constituir hoy el fundamento científico-espiritual de toda formación de maestros.

Los conceptos de las ciencias naturales, por su misma índole, no pueden tener la virtud de despertar el alma humana, ya que su significado reside precisamente en que tan sólo pretenden abarcar las cosas y sus relaciones recíprocas, sin ocuparse para nada del elemento anímico. El concepto de las ciencias naturales no varía según quien lo sustente. Las leyes de la gravitación, de la expansión de los cuerpos bajo la influencia del calor, de las combinaciones estequiométricas de los elementos químicos, nada tienen que ver con la sensibilidad o moralidad del hombre: se revelan por igual a la persona inmoral, y a la que aspira a ideales de orden superior; para comprenderlas no se requiere fantasía artística, social, ni moral.

Son vivos, en cambio, los conceptos de la ciencia espiritual y, por vivos, móviles, sin que por eso dejen de ser objetivos: tienen la posibilidad de crecer y de metamorfosearse. Es cierto que también los conceptos de las ciencias naturales pueden tener consecuencias: las tienen cuando los hombres los admiten en su voluntad. Todo pensamiento arrastra su consecuencia volitiva, lo mismo el erróneo que el que nazca en concordancia con los hechos universales. Sin embargo, en cuanto a sus consecuencias, el pensamiento científico-espiritual, en mucho mayor grado que el científico-natural, depende de quién sea el que lo sustente: para que se actualice en la mente de alguna persona, exige un grado de actividad desproporcionadamente mayor, ya que esa persona carece del control y estimulo constante de los fenómenos del mundo sensible que imparten fuerza persuasiva al pensamiento y, por lo tanto, tiene que llevar dentro de si misma la certidumbre de que lo pensado es, a la vez, correcto. Los conceptos científico-espirituales, se soportan y apoyan mutuamente, certificando de esta manera la verdad de su contenido. Logrado esto, hacen comprensibles los fenómenos sensibles.

Mas, para poder experimentar ese nexo de verdad, el hombre no sólo necesita una actividad interna más intensa de la que se requiere para captar conceptos científicos, sino que se da cuenta de que el progreso en este campo, supone una constante purificación y ennoblecimiento de toda la vida anímica. Afortunadamente, esos conceptos son ya, ellos mismos, los auxiliares en esa transformación; constituyen una energía interna que no permite que el hombre permanezca indiferente frente a su propio pensar. El percatarse de que, frente a los conceptos científico-espirituales, esta necesidad de comprometer la vida anímica existe en mucho mayor grado que cuando se trata de formar representaciones científico-naturales, constituye una primera garantía de que las facultades latentes se hallan en trance de despertar. Y ese despertar de energías superiores es requisito previo para hacerse maestro.

A todo lo dicho viene a agregarse, desde otro lado distinto, la actividad artística, actividad que no sólo apoya ese despertar de las facultades pedagógicas gracias al genuino conocimiento del hombre, sino que, además, posee su inmenso significado directo para la global entidad humana. Nadie debiera afirmar a priori que no tiene talento para la creación artística, pues aunque es verdad que el quehacer artístico supone ciertas condiciones del organismo corpóreo desarrolladas hasta cierto grado, no deben subestimarse las posibilidades de despertar y lograr esas condiciones, mediante la buena voluntad y la debida comprensión. En el campo de la cognición hay algunas cosas que no pueden adquirirse en absoluto, o que sólo pueden lograrse en condiciones particularmente difíciles, a menos que, con la actividad artística, se cultive el sentido del secreto de las formas, colores, movimientos, sonidos. Así, por ejemplo, nadie tendrá la correcta apreciación de las múltiples formas del mundo animal, a menos que se haya esforzado alguna vez en modelar, él mismo, formas plásticas, y así experimentar, por actividad propia, cómo una forma "exige" inmediatamente otra determinada. Ahí no basta la mera contemplación pasiva; debe entrar en acción la voluntad, tras la cual se logra la sabiduría.

Así pues, la formación integral del maestro demanda la Práctica constante y consagrada de la pintura, del modelado, de la música, así como de la euritmia y del cultivo del lenguaje. La práctica del modelado, mediante la cual llegamos a percibir la metamorfosis de las formas, nos permite desentrañar los secretos del cuerpo etéreo y de su actividad. Similarmente, la figura humana se comprenderá con mayor tino, si alguna vez se ha reproducido en cera una vértebra, y si se ha intuido cómo ella puede transformarse plásticamente en hueso craneano.  Un maestro que durante sus años de normalista se ha dedicado mucho al modelado, puede hacer los más maravillosos descubrimientos relativos a las almas de sus educandos, simplemente porque habrá aprendido a leer, en la figura y movimiento del niño, su modo de situarse en la existencia. A ese maestro se le revela directamente el temperamento del niño, tan a menudo disimulado de manera extraña.

En tanto que los ejercicios del modelado favorecen la comprensión de lo etéreo, el correcto manejo de los colores ofrece una clave para captar la interacción entre el cuerpo etéreo y el astral. Para ello, la práctica de la pintura ha de partir de la experiencia cromática. ¿Qué es lo que el azul desea hacer, al tropezar con el amarillo? ¿Cómo ha de modificarse la forma del amarillo al acercársele el azul? ¿Cómo habla el rojo al lado del verde, y cómo al lado del azul? El maestro -debiera estar íntimamente familiarizado con el capitulo "El Efecto Sensorio-Moral del Color" en la "Teoría de los Colores' de Goethe.

Los rasgos de la figura humana que se deben a la intervención del cuerpo astral, suministran un tipo de experiencia como si fuera una obra de arte musical; por eso le resulta provechoso al maestro el afanarse, dentro de lo posible, por el cultivo y la vivencia del elemento musical, sin perjuicio de que exista o no talento para ello. La experiencia acústica es susceptible de considerable adiestramiento, aun en quienes crean carecer de talento musical. El máximo apoyo para el cultivo de esa experiencia acústica lo ofrece la euritmia.

Si se tiene en cuenta que todo lo que hay en la naturaleza de reposo e inmovilidad, puede retrotraer su origen a algo que alguna vez estaba en movimiento, y que toda forma no es sino movimiento aquietado, se podrá apreciar cuan inmenso significado puede tener para el hombre la correcta experiencia cinética. La euritmia, por ser capaz de transmitir precisamente esta experiencia, es un instrumento imprescindible para la formación de maestros.

Finalmente, falta que nos ocupemos del cultivo artístico del lenguaje, pues por su medio, el yo humano halla su expresión inmediata, y su cultivo influye de manera decisiva sobre el quehacer pedagógico del maestro. El niño reacciona con una sensibilidad muy particular al modo de hablar del maestro: responde con íntimo gesto, a la manera de cómo el maestro sabe prestar la debida expresión al contenido intelectual de lo que dice por la sucesión de las palabras; responde asimismo a todas las sutiles vibraciones anímicas que se manifiestan a través del lenguaje y, además, a todo el cariño para con el sonido, la consonante, la vocal, así como para con la palabra entera, obra prodigiosa de la creación del habla, que alienta en la manera de expresarse del maestro. En este campo, es indispensable la consciente autoeducación: el pedagogo que practique artísticamente el cultivo del lenguaje, esto es, que t»ate de convertir en agradable deber el cultivo de su voz y de su expresividad verbal, tendrá mucho menos dificultades de disciplina que quien sea negligente hacia todo esto. El maestro que sepa observar y manejar el habla, ya por este hecho se convertirá en  autoridad para los niños. Por el contrario, si esa autoridad se tambalea, —peligro que existe sobre todo en la pubertad, cuando el espontáneo y natural respeto a la autoridad, característico del segundo septenio del niño, ha de transformarse en libre y consciente reconocimiento del saber y de las capacidades del adulto,— el lenguaje del maestro fácilmente provoca en el alumno la imitación ridiculizante, a menos que el adulto se haya esmerado en pulirlo conscientemente. Esto debiera ser para el maestro una advertencia o, por lo menos, una cordial exhortación a cambiar de costumbres, de parte de los alumnos, a quienes, no se olvide, el destino los puso bajo su cuidado precisamente para que él se eduque a sí mismo.

Así pues, para la cabal formación de maestros, el modelado, la pintura, la música, la euritmia y el cultivo del lenguaje son los complementos indispensables de la antropología científico-espiritual. De ninguna manera se trata de hacer del maestro un artista creador en alguna de dichas ramas, como tampoco es meta de la clase de historia la preparación de futuros historiadores. Por otra parte, no existe el peligro de caer en diletantismo si se comprende que lo importante de estos ejercicios es la apreciación de la productividad y actividad artística. Las palabras de Goethe "el estilo descansa sobre los más sólidos cimientos del conocimiento" será un leitmotif en la formación del maestro.

Por consiguiente, no se trata de educar a un artista en ejercicio activo, ni tampoco de veleidades propias de aficionado, sino de la evocación objetiva de energías que laten más o menos profundamente en toda alma humana, así como de la consciente manipulación y cultivo, de esas energías para quo en cualquier momento puedan trocarse en práctica pedagógica.

Con ello quedan señalados los dos pilares más importantes, de un seminario para la formación de maestros; la antropología y la actividad artística.

¿Y los conocimientos de las asignaturas? Indiscutiblemente, la profesión de maestro requiere un gran caudal de conocimientos: ¿No ha de ser, pues, misión del seminario la transmisión de esos conocimientos; el abastecer al futuro maestro de un rico caudal de saber en los diversos campos de la enseñanza? ¿No debe valer esto superlativamente para el maestro Waldorf quien, durante los ocho años de la enseñanza primaria, tiene que impartir todas las materias de la clase principal? ¿No será el dominio de las asignaturas lo más importante?

¡No!

Lícito es suponer que el que quiere ser maestro posee, como condición previa, amor al saber y al saber hacer; que su interés por el mundo no tiene límites; que siempre está presto para aprender cosas nuevas y para contemplar, una y otra vez, desde nueva faceta lo que ya le es conocido; que siente el máximo regocijo ante la oportunidad de conquistar algo en un campo al que anteriormente su destino no le había permitido tener acceso.

¡Qué importa el que el maestro, desde sus propios años escolares, ya no se haya ocupado de la química y que, "de repente", tenga que enseñarla en el séptimo grado de un Colegio Waldorf! Sin perjuicio del hecho que una de las tareas de todo curso de capacitación de maestros consiste precisamente en tratar en detalle la metodología de las diferentes asignaturas, para lo cual el método se explica con ejemplos "protofenoménicos" de la asignatura respectiva, será de trascendental importancia para la fecundidad de la clase el que el maestro, por su propio esfuerzo, penetre en campos nuevos del saber. La ciencia espiritual le ofrece en abundancia los medios para introducirse en semejante nuevo campo en forma tal que por doquiera "encuentre los puntos, partiendo de los cuales mucho se puede desarrollar", para mencionar aquí el secreto metodológico que Goethe siguió en sus estudios de la naturaleza. Los hechos particulares son de fácil alcance en cualquiera de las monografías. científicas usuales.    

El afán personal del maestro que explora un nuevo campo ¿el saber basándose en su genuino conocimiento del hombre y en el cultivo de sus facultades artísticas, tendrá un efecto particularmente estimulante para las energías del niño.

Se sobreentiende que la enseñanza especializada en los grados superiores de la escuela, supone sólidos conocimientos especializados, en todo momento a la altura de los avances de la ciencia en la disciplina respectiva. Por otra parte, deberá admitirse que el estudio académico no es el único camino legítimo para adquirir esos conocimientos.

En suma: para la formación del maestro valen, en fin, las palabras con que abrimos este capítulo, y que en este momento vamos a leer de nuevo:

"No es verdadero maestro y educador aquel para quien la pedagogía es mera ciencia de cómo educar a los niños, sino aquel en quien el pedagogo despierta gracias a su conocimiento del ser humano".

 

EL MAESTRO Y SU CONCEPCIÓN DEL MUNDO

Es absurda la imputación de que la escuela Waldorf sea una escuela al servicio de una concepción del mundo, una escuela donde se enseñe Antroposofía. La Antroposofía no es para niños, ni puede, por tanto, ser materia de estudio en un plantel dedicado a la enseñanza y la educación. Esto no impide el que alguien creyera que sí era posible hacer a los niños antropósofos desde la escuela; pero esto fue antes de la fundación de la primera Escuela Waldorf, cuando se celebraban las pláticas preliminares para fundarla. Una de las personas que asistió a la primera junta, exclamó: "¡qué magnífico! podremos familiarizar a los niños con la Antroposofía y enseñársela". A lo cual Rudolf Steiner respondió con toda calma: "No lo haremos; pues, de hacerlo, los niños contraerían demencia precoz".

Desde un principio quedó totalmente descartada esta sugerencia.

Sin embargo, ¿no se hallarán los niños bajo determinada influencia si tienen a antropósofos como maestros?

Esto es distinto.

Sería fácil responder a la pregunta si el término "concepción del mundo" no hubiera sido degradado a consigna, a uso de partido y a instrumento del poder: El gobierno nazi lo esgrimió incluso para justificar la clausura de las escuelas Waldorf, e incluso hoy se utiliza la afirmación "escuela al servicio de una concepción del mundo" en forma denigrante. Muy bien lo saben quienes recurren a ella, y si lo ignoran es que repiten a lo bobo lo que han oído decir de los que "saben". Peor para ellos.

Todo lo que se ampara bajo concepción del mundo se ha convertido en instrumento de poder político, y la Antroposofía. nada tiene que ver con la política, ésta no entra en sus actividades.

La concepción del mundo que alguien hoy ostente, depende en amplia medida de su educación, de su medio ambiente, es decir, de todas las proyecciones culturales de la época; muy poco, quizá nada, de su propia reflexión e investigación, desgraciadamente. Por consiguiente, es natural que la concepción del mundo que predomina en la actualidad, bajo la influencia del modo de pensar propio de las ciencias naturales, sea la materialista. Aunque filosóficamente el materialismo haya ya trascendido su clímax desde el siglo pasado, en la práctica sigue constituyendo la base para la relación del hombre con el inundo. Aun ahí donde la fe de las confesiones religiosas apunta hacia otro mundo, esta fe no es determinante para el régimen cotidiano del hombre que se mueve y actúa como exponente de una concepción materialista del mundo. Quizá podría llamarse concepción del mundo de orientación naturalista. Suena mejor; pues la palabra materialismo siempre tiene un matiz de reproche y también de política. Es, en efecto, harto difícil el tener que manejar conceptos que no son resultado de la reflexión, ya que, por diversas razones, sólo sirven de simple etiqueta calificadora.

Todo hombre se apoya en una concepción del mundo para expresar cómo experimenta mentalmente su relación con el mundo y consigo mismo. Importa poco hasta qué punto sea capaz de explicárselo en pensamientos lúcidos. El leñador en el más remoto valle alpino y el célebre premio Nobel, coinciden en creer que "ahí fuera" están las cosas y que nosotros podemos formar pensamientos acerca de ellas. Y aunque el hombre de ciencia substituye, tras lo fenoménico visible, lo invisible, a saber, el mundo de los átomos, sigue intacto el hecho de que en la vida cotidiana actúa simplemente como "realista ingenuo", al igual que su congénere en el bosque montañoso.

Hoy día, los ánimos ya no se enardecen por la cuestión de si el mundo debe concebirse como monista o dualista. Es muy reducido el número de las personas para quienes la pregunta por la naturaleza del ser humano, su origen y su meta, y el sentido de la evolución del mundo, sea legítima preocupación vital. No obstante, esas preguntas alientan en el fondo de toda alma humana. Uno puede mantenerlas calladas por un tiempo, parecer indiferente a ellas, silenciar su murmullo suave, subrogándolas mediante la creación de toda clase de "problemas de actualidad" y anegando el alma con una avalancha continua de impresiones sensorias: semejante atmósfera espiritual no es propicia para las auténticas interrogaciones relacionadas con la concepción del mundo. Y el que, de acuerdo con su íntima condición anímica, se ve empujado a plantearlas una y otra vez, se expone a que los actuales administradores de la vida espiritual, —más bien dicho, los que por nombramiento oficial gozan del monopolio de administrarla— lo tilden de alambicador, de iluso, de hereje, de "falto de realidad", de "disidente" o, lo que es peor, de "no científico".

Entonces, ¿qué tipo de concepción del mundo deberá tener el maestro? ¿Deberá profesar el parecer de que todo lo fenoménico hallará su explicación definitiva cuando se hayan explorado las leyes que rigen los procesos materiales? ¿Deberá opinar que los resultados de esas investigaciones podrán ofrecer la base para una educación adecuada? ¿Qué clase de ideas sobre el mundo y el hombre deberán agitar su alma, al entrar al salón de clases donde lo esperan los niños?

Difícil es discutir este problema con quien crea que es indiferente cualquiera que sea la concepción de la vida y del mundo del maestro, que esto es asunto suyo, particular, y que el único objeto de la clase es transmitirle al alumno ciertos conocimientos. Quien así opine, carece de las más elementales nociones para responder a las interrogaciones de toda educación; para él, el "ideal" educativo bien podría ser el magnavoz operado por algún dómine universal situado en el Espacio cósmico. Pero en ese caso dejamos de lado la educación.

Ahora bien, ¿cuáles son los elementos constitutivos de una concepción del mundo? Empecemos con una visión de cómo nació este mundo y, en él, el hombre. Cada pueblo histórico atesora algún mito sobre la Creación. Para el occidente cristiano fue el relato bíblico que estuvo en vigor, incontestado, por casi dos milenios; hasta hacia fines del siglo XVIII, el concepto del origen mecanicista del universo empezó a subrogar aquel relato. Kant y Laplace le dieron forma en su teoría cosmogónica. En lo tocante al origen del hombre, Haeckel sustituyó el relato bíblico de la Creación por el relato natural de la Creación , señalando la conexión genética de la morfología humana con la del reino animal. Así, el concepto de evolución recibió una forma más concreta. No obstante, quedó sin respuesta científica la pregunta principal resultado de ese enfoque, a saber, ¿cómo imaginar el origen del hombre a raíz de la progresión de los mamíferos? Esta pregunta sigue sin respuesta hasta la fecha. En efecto, en ningún lugar del reino animal se puede señalar que un género se transforme en otro, de manera observable. La ciencia natural actual no se halla, pues, en condiciones de enunciar una tesis válida acerca del origen del hombre.

Además, si la evolución humana se concibe de manera puramente natural, continúa pendiente la interrogación: ¿es resultado de simple transformación física todo lo que determina la condición del hombre como entidad moral y responsable? Y ¿qué hay de la cosmogonía? ¿Será cierto que en un principio había una nebulosa primitiva, que representaba la suma total de los elementos y de su energía química? Escuchemos a un hombre de ciencia da nuestra época. Dice:

"De la actual expansión del universo se deduce que hace ¿os mil millones de años todas las masas que en él existían hallábanse concentradas en reducidísimo espacio; era como una especie de gigantesco átomo primordial que explotó cual superbomba atómica. Nosotros somos los tardíos descendientes que se deslizan por el espacio sobre un fragmento de aquella explosión. En esa catástrofe primordial nacieron los elementos químicos y la radiación cósmica, hoy por hoy los únicos testigos de los acontecimientos que tuvieron lugar hace dos mil millones de años......" (Prof. W. M. Waldmeier, Zurich: La estructura del Universo. Resumen de los conocimientos comprobados. Revista "Universitas", Año I, Cuaderno 5, Agosto de 1946).

¡Y pensar que semejante afirmación se promulga hoy por la ciencia oficial como "resultado comprobado de investigación!" Mas no es el resultado de investigación alguna, sino deducción abstracta e intelectual de un par de ideas sobre loa fenómenos de masa, energía, etc.; es pura especulación. No cabe duda de que afirmaciones como ésta pueden inventarse, mejor dicho, fantasearse; no cabe duda de que es posible proclamarlas como verdad absoluta desde las cátedras de la Universidad ; pero no es posible vivir con esas ideas. Y eso es lo que importa. La consecuencia lógica de esa idea habría de ser que, al fin y al cabo, todo el mundo fenoménico es una urdimbre de energías y substancias que se han combinado de forma arbitraria, sin plan ni intención.' Sin embargo, el que proclama esas telarañas intelectuales como resultados corroborados de la • investigación científica, calla sigilosamente toda explicación de cómo los ideales' éticos, las ideas sociales, el sentimiento religioso y artístico, e incluso el propio afán de saber científico, puedan derivarse de la explosión de una superbomba atómica que haya tenido lugar en el principio del mundo.

Otro concepto que ha surgido a raíz del enfoque propio de las ciencias naturales, es la idea de la tierra como grano de polvo en el cosmos. Esta idea se proclama, no sólo en las cátedras, con apoyo en los cálculos de la expansión del sistema planetario y del espacio sideral, sino también en los pulpitos como demostración de la insignificancia del hombre que, en vana altanería, se arroga una importancia que no le corresponde. Sin embargo, los que sustentan ese criterio, ya sea con su cariz científico o teológico, no viven de conformidad con lo que predican, pues se otorgan a sí mismos suficiente importancia como para considerarse capaces de instruir a los demás sobre sus puntos de vista. He aquí otra de las incongruencias con la que, a la larga, no es posible vivir, ni tampoco educar.

¿Cuál ha de ser la posición del maestro sobre estos asuntos? ¿Retornar al relato bíblico de la Creación como creyente? ¿Tomar ese relato como simple cuento de hadas, más o menos maravilloso? Si el maestro es honesto consigo mismo, tendrá que decirse: "con mi pensamiento científico, tal como lo poseo como ciudadano de mi siglo, no puedo "creer" en el relato bíblico del Génesis; pero mi modo de pensar científico tampoco me ofrece explicación alguna que me satisfaga en lo humano. Y, sin embargo, yo aspiro a una concepción del mundo que satisfaga mi pensar insobornable y que, al mismo tiempo, me afirme en mi condición humana."

¡Vosotros, buenos y honorables ciudadanos que os laváis las manos frente a las escalofriantes atrocidades de vuestro siglo, no sospecháis que, cuando en la Navidad regaláis a vuestro hijo el más reciente libro ilustrado sobre el origen del mundo, revolotean en vuestra mente todas las premisas intelectuales, cuyas consecuencias volitivas son las atrocidades que, con sobrada razón, aborrecéis! Pues, si es verdad que el mundo, y vosotros mismos, ha nacido de una nebulosa primitiva, ¿quién os autoriza para reconvenir a aquellos cuyos instintos y deseos se convierten en fechorías?; simplemente en ellos las substancias y energías de la nebulosa primitiva se hallan combinadas de manera tal que, en determinado momento, se hicieron posibles las maldades que criticáis!

No importa como enfoquemos el asunto: si no logramos colocar cognoscitivamente en el origen del mundo un elemento moral-espiritual, es inexplicable cómo pueda haber nacido este elemento moral-espiritual en el hombre. Una concepción del mundo que coloque en el origen de la tierra nada más que una nebulosa primitiva, carece de consecuencia lógica si hace referencia, además, a una ley ético-moral en el hombre. Es uno de los fenómenos más sorprendentes de la evolución espiritual de la humanidad, el que semejante incongruencia discursiva, sostenida por filósofos y sabios, haya podido entrar como mate-,¡a de estudio hasta en las escuelas primarias. Y por otra parte es perfectamente comprensible el que un modo de pensar orientado exclusivamente hacia los fenómenos sensibles, haya tenido que llegar a aquella conclusión en cuanto al origen del mundo.

Tampoco será posible escaparse del concepto de la tierra como grano de polvo del Universo, mientras se intente interpretar todo el mundo fenoménico según medida, número y peso. No puede sino llegar a semejante consecuencia este método de calcular el mundo como un cuerpo gigantesco. Por otro lado, el yo humano que ha adquirido conciencia de sí mismo, quiere atribuirse un significado dentro del conjunto universal. Este yo siente que este significado no puede restringirse por el enfoque puramente cuantitativo del mundo espacial y témpora; está profundamente convencido de que se experimenta a sí mismo como entidad espiritual, aun cuando esta experiencia se produce por de pronto en el propio cuerpo material. Y si este yo observa el escenario de su propia actividad y reconoce a la tierra como astro entre astros, podrá decirse: si bien el cálculo espacial del universo arroja el resultado de que la tierra es de magnitud diminuta, ella es, no obstante, el escenario desde donde puede formarse un cosmos futuro; es un germen cósmico a cuyo desarrollo puedo contribuir como ser espiritual en un cuerpo físico.

Para apreciar cualquier tipo de concepción del mundo, hay que estudiar la actitud mental que ella adopte ante la existencia. De esa actitud mental depende infinitamente toda educación y enseñanza. Un maestro que esté convencido de que en el principio del mundo no hubo sino una nebulosa primitiva y que al final de esta evolución sobrevendrá la muerte general por consunción, no podrá enfocar su cometido de educador, por inteligentemente que maneje las manipulaciones y procedimientos pedagógicos individuales. Por no sospechar la efectiva relación espiritual que existe entre maestro y alumno, no puede tenerla en cuenta y esto es indispensable si ha de prosperar la educación y, con ella, el progreso de la evolución humana.

Es, por consiguiente, decisiva para la educación y la enseñanza la concepción del mundo del maestro. Por otra parte, cuando a alguna escuela se la destacas con el "estigma" de hallarse orientada según determinada concepción del mundo, lícito es que preguntemos: ¿acaso no todas las escuelas se hallan orientadas según una concepción del mundo?

¿No todo maestro, por poco o nada que reflexione, no lleva al salón de clase su personal concepto del universo y, además, todo un florilegio de sus pareceres particulares favoritos, que mejor quedarían fuera del aula?

En resumen: O se resuelve que las escuelas Waldorf se hallan orientadas según determinada doctrina, en cuyo caso todas las demás escuelas también lo estarían, quedando únicamente por preguntar qué tipo de doctrina o concepción del mundo ofrece ventajas sobre las demás; o bien se resuelve que las escuelas no son doctrinales, en cuyo caso no hay razón para ponerles el estigma de sectarias.

Además: la Antroposofía es más que una concepción del mundo, es un camino hacia el conocimiento del hombre.

Y el que tiene el privilegio de enseñar y educar con base en el conocimiento antroposófico se apoya en la certidumbre cognoscitiva: he entrado en el camino correcto.

 

CARTA DE UN VIEJO MAESTRO A UN MAESTRO JOVEN

Querido amigo:

Cuando nos encontramos, en ocasión de la Semana de Labores Pedagógicas, se quejó usted de que la enseñanza, que siempre le había causado muchísimo placer, se le iba haciendo más y más pesada, por lo que usted temía perder por completo todo su entusiasmo, ya que no podía estar satisfecho ni de sí mismo ni de su clase, admirándose, sin embargo, que, a pesar de ello, sus alumnos se portasen tan bien y fueran tan dóciles.

Permítame decirle que no me sorprendió su queja. Desde que hace cinco años usted se encargó de su grupo en el primer año, tuve oportunidad una y otra vez de oír de usted mismo, y también de otros amigos, cuan viva y satisfactoria era su labor, cómo amaba usted a los niños —¡cariño que perdura!— y qué buen contacto tenía usted con los padres de sus alumnos. Siempre se me decía que usted entraba a la clase radiante de felicidad y que radiante salía de ella. ¿Ha cambiado ahora esto?

El entusiasmo es una cosa magnífica. Para muchos errores pedagógicos que se cometan, el entusiasmo legitimo es aceptado por los dioses como moneda de elevada ley, y en reconocimiento de esta ofrenda, ellos siempre están dispuestos a componer todo lo que haya de imperfecto. (¡Si yo le contara todas las tonterías que cometí durante mi primera actividad de maestro!) Pero el entusiasmo, diríamos innato, tiende a llegar a su fin, y para subsistir como energía, es necesario que se le transforme. ¿Cómo lograrlo? Considerando que el entusiasmo ha de renacer a un nivel más alto, tiene que morir como tal entusiasmo, y usted se encuentra actualmente en este proceso, digamos de marchitamiento. Dice usted que, a pesar de todos sus esfuerzos en preparar la clase, ya nada se le ocurre.

Es que para nosotros, los maestros, el problema central es, una y otra vez el mismo: ¿de dónde aacar la energía creadora para nuestro quehacer? ¿de dónde la luz que pueda iluminarnos? Sentimos que hemos de movilizar algo cada vez más poderoso para contrarrestar la inmensa resistencia que opone nuestra época a todo lo que nosotros nos proponemos realizar. Pero usted sabe, tan bien como yo, que nuestro manantial da energía es la Antroposofía , que nos señala el camino desde nuestra propia espiritualidad a la espiritualidad del universo. Al decir esto, repito simplemente algo que le es de sobra conocido. En el momento actual, usted se enfrenta con la pregunta concreta: ¿Qué esfuerzos puedo hacer en mi situación para transformar el estado en que me encuentro?

Permítame ofrecerle simplemente un par de recetas cuya aplicación facilitará la reaparición de la fantasía pedagógica. Es, en efecto, asunto de fantasía pedagógica el que en clase se tengan las inspiraciones correctas. No hace falta que nos ocupemos aquí de la gente que tiene miedo a la fantasía porque en sus cerebros se convierte en fantástico. Esa gente nada sabe de

la fantasía exacta que puede existir para todos los dominios de la vida.

Tomemos como punto de partida el pensar, y así estaremos a salvo de antemano de todo vaivén sin rumbo.

Voy a ponerles número a las recetas, y empiezo con la

Primera: Saque de nuevo de su biblioteca el opúsculo de Rudolf Steiner " La Educación Práctica del Pensamiento". Es muy conveniente precisamente ahora que usted sale de vacaciones, ya sea que vaya a la montaña o al mar. La naturaleza le depara estupendas oportunidades para ejercitarse observando las nubes. A todos nos hace mucho bien contemplar, en plan de ejercicio, las cosas cuyas relaciones todavía no podemos comprender plenamente a pesar de toda nuestra ciencia: quedémonos en la contemplación y tratemos de que un cuadro observado se transforme en otro. ¿Se ha dado usted cuenta 'de cuan difícil es conservar en la memoria un cuadro, digamos el de los celajes de un atardecer, de modo que a la mañana siguiente podamos reproducirlo como recuerdo? Para facilitar el trabajo le será útil describirse para usted mismo las imágenes de las nubes: ahí hay una esfinge con tres lenguas de llamas sobre la cabeza; más allá un oso gigante flotando sobre el lejano bosque montañoso. . . etc.

Luego dediqúese a la concentración mental en las cosas menudas: el alfiler de seguridad, la pluma fuente que, por cierto, hoy día ya casi es un, aparato • complicado,.el simple pasador de la ventana. En estos ejercicios lo importante no es el resultado, sino el esfuerzo mental.

Segunda: Trate usted de adivinar acertijos, pero escoja únicamente los buenos y no esos primitivos engendros atomizados que son los crucigramas que no sirven sino para embrutecer, y por eso gozan de tanta popularidad. Quizá es mejor que tome el precioso libro de acertijos de Franz Brentano, las "Aenigmatias". ¿Conoce usted la anécdota ale tuvo lugar en una junta que Rudolf Steiner celebró con los maestros de la primera escuela Waldorf? El no estaba contento por la forma cómo los maestros habían enfocado determinado asunto y dijo: "Así no se puede hacer esto. Para estas cosas es necesario tener un poco de ingenio"; a lo que ingenuamente la maestra B . se tomó la libertad de preguntar: "Doctor, ¿cómo lograr tener ingenio?, y Rudolf Steiner sin vacilar le respondió: "Adivine los acertijos de Brentano". Así pues, los acertijos de Brentano son lo indicado. Sabemos que él era filósofo y que se había preocupado seriamente por el problema de la relación entre el concepto y el objeto de la percepción. Tal vez por eso sintió él mismo la necesidad de disimular los conceptos tras los objetos perceptivos, de manera tal que se escondieran tras su propia objetivación (es decir, detrás del acertijo) y, sin embargo, pueden volver a manifestarse precisamente si se captan a través de esa envoltura. Usted encontrará todos los pormenores en el ensayo de Rudolf Steiner intitulado: "El Filósofo Inventor de Acertijos".

Tercera: Trate usted también de inventarlos. Usted tiene talento para los idiomas. Tal vez logre reunirse con personas ingeniosas a la hora de la. comida. Sugiérales que inventen acertijos; que cada uno traiga alguno concebido en casa, durante el desayuno. Verá cómo saldrán a luz verdaderos talentos. Los mejores acertijos son aquellos en los cuales la imagen tras la que se esconde la palabra por adivinar, crea la dificultad de hallar esa palabra en muchos detalles. Desde ahora le agradezco si oportunamente me manda usted los frutos de esa actividad; yo ya tengo una bonita colección de esos acertijos y siempre hacen la delicia de los niños en clase.. ¡Qué entusiasmo hubo una vez en la clase de Antropología del séptimo año, cuando, a propósito de'un tema relacionado con la nutrición, les presenté a los alumnos la adivinanza " La Princesa y sus Fieles". Ahora bien, el que encuentre la solución no debe proclamarla, sino decirla en voz baja al oído del maestro. Menciono, de paso, que casi todos los niños acertaron con la adivinanza aunque no era nada fácil.

El inventar y adivinar acertijos son a modo de ejercicios previos para las siguientes dos indicaciones que se encuentran aludidas en el opúsculo de Rudolf Steiner: " La Educación del Niño a la Luz de la Antroposofía ".

Cuarta: Trate usted de encontrar la proto-imagen espiritual para todo fenómeno de la naturaleza. Esto no es nada fácil. Usted conoce desde luego el ejemplo de la mariposa que sale de la crisálida. La 'naturaleza nos ofrece aquí una parábola (todo fenómeno de la naturaleza es, como todo lo perecedero, una parábola de algo imperecedero) que ofrece similitud con lo que sucede al alma espiritual del hombre al dejar el cuerpo terrestre en el momento de la muerte. Usted encontrará la proto-imagen correcta para los fenómenos naturales más simples. Por ejemplo: Una manzana madura cae del árbol. La reflexión nos permite deducir que nos encontramos aquí con una parábola "natural" del fenómeno anímico que se actualiza cuando, habiendo madurado un pensamiento en el interior del hombre, se desprende del alma como fruto del espíritu gracias a la palabra oportuna. Por eso dice el Rey Salomón: "Una palabra dicha a tiempo, es como una manzana de oro en un recipiente de plata". Esto ya nos lleva a la siguiente receta.

Quinta: Para cada hecho o proceso anímico espiritual hay que buscar la correspondiente parábola "natural". Tomemos el caso de dos personas que desde el primer instante se entienden íntimamente; o el caso de un niño que llora y al que se consuela. He ahí dos procesos anímicos. ¿No nos muestra la naturaleza, para el primero de estos episodios, el milagro de la cuerda que resuena al tocarse otra de igual sonido? Y ¿no es el arcoirís, después de la tormenta, la imagen del consuelo celestial? Ya encontrará usted suficientes ejemplos, y necesitamos estas parábolas si queremos darle al alma de los niños el alimento que han menester.

Pero los buenos ejemplos son a la vez el mejor estímulo. De ahí que yo aconsejo

Sexta: La diligente lectura de los "Pequeños Mitos" de Albert Steffen. Ahí tiene usted, en una consumada forma artística, los episodios de la humanidad cotidiana descritos, en forma tal que, a través del modo de la descripción, se manifiesta directamente el sentido superior. Ahí, la realidad sensible trasciende y sublima en la realidad poética, su hermana mayor, algo que debiéramos tratar de alcanzar también en educación.

¿Le interesa todavía una séptima receta? Casi me siento cohibido en mencionarla. Pero al fin somos personas razonables y, por lo tanto, podemos aceptar con nuestra razón lo que hemos leído en la obra de Steiner. Seguramente usted recuerda que los geniecillos elementales que trabajan en los reinos de la naturaleza no tienen propiamente acceso a las almas de los pequeñuelos, aunque tengan un profundo interés en aprender algo de ellas. Es por esto que estos geniecillos se muestran agradecidos si uno les cuenta sus experiencias con los niños. Lo único que importa es que "no nos sintamos supersabios y no tengamos miedo"; si usted logra eliminar esa superinteligencia y ese miedo —y creo que usted está perfectamente capacitado para ello— vaya al bosque montañoso y cuénteles a los duendecillos algo de sus pequeños. Si así lo hace, ellos, en realidad poderosos genios, se lo agradecerán cumplidamente y le ayudarán a descubrir los más fecundos pensamientos cuando de nuevo se encuentre usted en el aula ante los escolares.

Si éstas, mis líneas, tienen sentido para usted, dentro de pocas semanas sentirá que cambia el aspecto del mundo, y su entusiasmo renacerá de los inteligentes ejercicios como energía resucitada, después de haber muerto como patrimonio heredado. Al fin y al cabo, todos nuestros adelantos están ahí para revivirlos en una etapa superior con base en la comprensión y en el ejercicio. Así usted sabrá, por propia experiencia, lo que Albert Steffen dijo del maestro con la siguiente poesía:

Apesadumbrado

sin ninguna razón,

se torna insulsa mi clase

que debiera deleitar.

Ahora los niños 

casi me superan:

intérprete de lo divino 

hecho lastre de sí mismo.



Estar con los alumnos 

triturando colores, 

sacando puntas, 

para pasar el rato.

Vasijas de colores 

para trazar con esmero 

el arco iris. 

Y pintar uno mismo.

Sólo resultan

chocantes charcos de color. 

¡Afuera los feos 

trastos del alma!

Un ángel, desde lejos, 

me hizo señales. 

¡Otra hoja nueva! 

Su retrato resulta.



Con mis mejores deseos por unas vacaciones agradables y por un venturoso retorno a la escuela, me repito, etc.

 

Niños en clase con sus maestras

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